El principio de la desestanilización de la URSS

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Tal día como hoy en 1956 los delegados del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética acudían a la llamada del secretario general, Nikita Khuruchev, a una última reunión, no programada y secreta. Pocas horas después de media noche, Khuruchev pronunciaba ante los atónitos delegados un discurso para la historia, en el que por primera vez se denunciaban los crímenes del hombre que para la sociedad soviética y para muchos líderes del país seguía siendo un titán, el salvador de la patria y el continuador y ensanchador de la obra de Lenin: Iosif Stalin.

Paradojas del destino, el personaje que como ningún otro define la historia de Rusia en el siglo XX -Iosif Stalin- nació en una tierra que ya no es ni rusa, ni soviética. Georgia. Stalin sin embargo abrazaría una forma muy personal de entender lo ruso, de identificarse con Rusia, que le llevaría a convertir el proyecto multinacional que era la Unión Soviética, en una extensión radical del nacionalismo eslavo.

La juventud desatada de una joven que se formó en seminario, y que se volvería un enemigo acérrimo de la religión, le llevó pronto a conectar con los electrizantes ambientes revolucionarios de la Rusia Imperial. Al contrario que los identificados con el ideal culto de la inteligencia, Stalin pronto se probo como un revolucionario brutal, atracador de banco, amigo de bandoleros y maleantes. No tardó en conocer los rigores de Siberia.

Con los comunistas en el poder, Stalin era sin duda el menos atractivo de los líderes del nuevo orden. Carecía de la potencia intelectual de Lenin o de Trotsky, del magnetismo de Nicolai Bujarin, o la sofisticación de Kamenev o Zinoviev. Sin embargo, desde la posición poco glamurosa de Secretario General del Partido, a la muerte de Lenin, se alzaría como la figura central del régimen, acaparando un poder que hacía palidecer al de los zares autócratas.

El terror se hizo parte de la vida cotidiana en la Rusia de Stalin. Las purgas, las deportaciones, el auge del NKVD y los crímenes cometidos en la Lubyanka, marcaron para siempre la historia soviética y convierten a Stalin en uno de los criminales más feroces, en uno de los tiranos más crueles, de la historia de la humanidad.

La invasión nazi en 1941 convirtió la resistencia y finalmente la victoria rusa en una guerra patriótica en la que Stalin fue el vencedor más destacado. Su poder se consolidó con una aureola de prestigio, y Rusia emergió de la guerra como una super potencia global. Rusia sin embargo nunca pudo recuperarse de la herida de los horrores e aquel tiempo, pese a los esfuerzos de Khuruchev por abrir y modernizar las estructuras del sistema comunista. Fue el mismo fracaso, décadas más tarde, de Mihail Gorbachov, víctima también de las fuerzas de la historia que habían unido el futuro de la Unión Soviética, a la figura de Iosif Stalin.