Expósito: "Y Verónica no pudo soportar la humillación y la vergüenza"

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No paro de darle vueltas al suicidio de Verónica, esa trabajadora de Iveco Pegaso que se quitó la vida tras el acoso repugnante y machista por un video sexual de años atrás. Verónica no soportó la humillación, la vergüenza, no pudo con el qué dirán, el qué mirarán. No pudo con su propia imagen ante sus hijos y su marido. Un horror. Es imposible imaginar lo que esa mujer tuvo que padecer esa semana antes del desenlace. Los detalles en torno al sucedido son especialmente repugnantes. Me imagino a los grupos de trabajadores de esa planta industrial formando cuadrillas para ir a mofarse de ella, para identificarla y, luego, entre risotadas, volver a ver el vídeo.

Me imagino a esa mujer agachando la mirada, maldiciendo aquella ocurrencia. Pensando en cómo decírselo a su marido. Me la imagino acostando a sus hijos y pensando en el infierno del día siguiente en la fábrica. O la madre de la víctima, preguntando en el tanatorio por qué su hija se había suicidado, por qué había hecho eso. Una abuela que desconoce absolutamente la verdad. Pero me quiero detener un minuto en ese centro de trabajo. En esos mal llamados compañeros. ¿Y sabes qué? Que creo que si en vez de Verónica hubiera sido, no sé, Manolo o Juan, todo habría quedado en una anécdota de machotes. ¡Qué tíos!

Porque me imagino los comentarios, los descalificativos, las descripciones hacia esta chica. Hacia su actual marido. Seamos sinceros. ¿A que si el protagonista de ese video hubiera sido un hombre los comentarios, las risotadas y los adjetivos habrían sido otros? Pues eso, el machismo. Elevado al infinito. Elevado hasta provocar el suicidio de una mujer aplastada por un error, humillada por un maldito vídeo. Muerta de vergüenza antes del suicidio por un rato de placer.

Por suerte, desconozco los protocolos internos de una empresa para luchar, defender o afrontar un caso así. Como no me quiero poner en el lugar de ese viudo con dos hijos muy pequeños tras el drama de mamá. Solo sé que los sindicatos harían bien en colaborar con la policía en destapar a tanto cerdo y, en especial, en aclarar quien empezó este thriller de terror. Porque allí todo el mundo tiene que saber quién es él. Quién tuvo aquel lío, y quien puede tener tanto odio dentro como para hacer esa guarrada a alguien.

En muchas ocasiones hemos tratado aquí el problema del bullying, del acoso, de las redes sociales y de la violencia contra la mujer. Pues bien, todo eso es lo que ha rodeado el caso de Verónica. Un caso tan brutal que ha terminado con ella. Muchas veces hemos alertado del problema de los menores, de tanto monstruo escondido en la galaxia digital, de los adolescentes, las fotos y los chantajes.  ¿Pero sabes? Casi siempre los protagonistas de esta mierda somos los adultos.

La mayoría de casos es un adulto --casi siempre hombres, por cierto-- contra un niño o una niña. Luego vienen las venganzas adolescentes entre ellas, entre ellos contra una niña, pero casi siempre, como en el caso de Verónica en la Pegaso, todo empezó por uno, y siguió entre chanzas y baboseando por los otros. ¿Hay mayor desprecio hacia una mujer que difundir ese video por aquel error de aquella aventura? ¿Él que empezó todo, pensará que ha logrado su objetivo, machacando, hundiéndola, mostrando a su ex desnuda ante miles de supuestos compañeros de fábrica?

¿Y estos, qué? ¿Y esos machotes que desfilaban delante de ella comentando el vídeo, imaginándosela esos operarios de la planta industrial, ellos saben que tienen hijas, mujer o novia? El caso de Verónica debería hacer que encendiéramos todas las alarmas. Pero creo que no lo vamos a hacer. Ahora tampoco.

Culparemos a la empresa, buscaremos excusas, hasta le echaremos en cara aquella noche, y no entraremos en el quiz del problema. Que las redes pueden volvernos locos hasta el odio más repugnante. Y que en el fondo, ella era una mujer, y ya se sabe. Que la policía haga su trabajo, que desenmarañen la madeja y que el viudo y los dos hijos de Verónica recuperen la vida.