Diego Garrocho: "Asumimos la felicidad como un imperativo hedonista, pero hay momentos en los que el dolor es una forma de lucidez"

El profesor de Filosofía reflexiona en La Linterna sobre si existen “dolores insuperables” y recuerda las palabras de Julián Marías cuando le preguntaron por su esposa

Redacción digital

Madrid - Publicado el

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¿Hay dolores insuperables? Pues que hay dolores insuperables es un hecho del cual no creo que se pueda dudar demasiado. Todos podemos imaginar acontecimientos lo suficientemente traumáticos como para que dejen en nosotros una huella imborrable y hay sufrimientos que pueden ser irreversibles. 

Existen muchos tipos de dolor. Hay un dolor natural, como la muerte de un padre anciano, y hay dolores que escapan del guión previsible de una biografía. Tal vez sean estos segundos los más difíciles de afrontar. Dolores que nos visitan y se quedan para siempre. Recuerdos que no nos abandonan y ausencias que no dejarán de ser tales.

Cada vez que pienso en el dolor, que es una experiencia forzosa en la existencia humana, pues no hay ningún nacido que no la haya sufrido, suelo recordar una respuesta de Julián Marías cuando en una entrevista le aludieron a la muerte de su mujer y le preguntaron si la había superado. El filósofo respondió con total serenidad que ni había superado el fallecimiento de su esposa ni tenía ninguna intención de llegar a hacerlo. Su voz era serena y no se intuía ninguna extrañeza en sus palabras. Decía lo que sentía. Fin.

Desconozco por entero el tratamiento terapéutico de los dolores patológicos, pero creo que había algo sabio en las palabras de Marías. Con insistencia asumimos la felicidad casi como un imperativo hedonista, pero hay momentos en los que el dolor no es más que una forma de lucidez. Es el precio que debemos pagar simplemente por hacernos cargo de aquello que ocurre.

La vida buena, dejó escrito Platón en El Filebo, está plagada de placeres buenos pero también de algunos dolores que tienen algo de verdadero y que, por lo tanto, deben acogerse con entereza y un cierto amor por el propio destino. ¿Quién sabe? Saber afrontar lo ineludible y lo irreversible tal vez sea uno de los secretos para alcanzar, ojalá, eso que los clásicos denominaron una vida buena.