El efecto dominó de clausurar la hostelería

Ganaderos, bodegueros y empresas de distribución tratan de sobrevivir ante el cierre de bares y restaurantes.

Carmen Ibañez Urzáiz

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Desde que comenzó la pandemia, prácticamente todos los días nos hemos referido al sector de la hostelería como uno de los más golpeados por el coronavirus. Entre el confinamiento de la primera oleada de la pandemia, el cierre de bares y restaurantes ordenado en el último mes ante la alta tasa de incidencia en varias Comunidades Autónomas o el toque de queda que afecta a todo el país, las pérdidas se acumulan. Por eso, cuando por fin llega el momento de volver a subir las persianas de sus negocios, los dueños y trabajadores celebran una acción, antes cotidiana, como si de una pequeña gran victoria se tratara. Así lo están viviendo en las provincias de Segovia y Ávila donde, desde este viernes, vuelven a atender a sus clientes, o en Navarra, región en la que el jueves reabrían las terrazas de este tipo de negocios tras pasar 35 días con el cartel de cerrado colgando de sus puertas.

Ellos tratan de ser positivos, de plantar cara a las adversidades, pero la realidad es que las pérdidas del sector de la hostelería podrían alcanzar los 17.000 millones de euros, además de que el 30% de bares y restaurantes podrían terminar por colgar el cartel de 'se vende' o 'se traspasa'. Unos cierres parciales o definitivos que afectan, y mucho, a otros negocios que dependen directamente de ellos. Podríamos decir que los diferentes eslabones que componen la cadena del sector de la hostelería son como fichas de dominó y, cuando cae una, poco a poco, lo van haciendo todas las demás, hasta llegar a ese primer suministrador de productos: los bodegueros, ganaderos o agricultores.

Es el caso de Rafael, ganadero en Aranda del Duero, localidad castellano leonesa que, además de haber sido confinada en la primera oleada y perimetrada en la segunda, fue cerrada dos veces, en agosto y septiembre, por su alta tasa de incidencia. Con el cierre de los asadores, ha visto como no tenía un lugar en el que poder vender sus lechazos, con el consiguiente daño económico para su explotación: no hay ingresos pero se mantienen los costes, ya que sus animales tienen que seguir comiendo todos los días.

Por ello, las empresas que pertenecen a ese primer eslabón reclaman ayudas para mantener sus negocios abiertos, compañías en las que el cierre de la actividad no elimina el gasto diario que supone el mantenimiento de un viñedo o una ganadería.