Foto de Cierre (11-02-2018) Bajo la encina

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Me quedo con una foto que publica hoy La Vanguardia. Es una instantánea que ilustra un reportaje sobre la España vacía y está tomada en la provincia de Ciudad Real. Es retrato de campo, retrato tomado desde un altozano que muestra en primera linea una senda que hace de linde. Entre los surcos, los tallos de algún cereal pintan de verde intenso la primera franja del cuadro, más allá, el verde pardea, que será de dehesa, quizás pasto y, en tercera linea, unas colinillas suaves y después sierras altas y todavía el cielo, cielo limpio adornado por nubes ágiles, viajeras, alegres, altas, humildes. Y en toda la foto aquí y allí encinas, encinas solitarias. Que se imagina una que con el día recién amanecido, día nuevo, no hay nada más bonito que un inicio, arranca el día de invierno, todo promesa, el campo fértil esperando esa primavera que lo hará estallar, el suelo duro todavía en la senda, que se imagina uno paseando por el paisaje de la foto. Silencio, solo se oyen nuestros pasos al caminar, el rumor lejano de la carretera parece el de un mar que nunca han visto estas tierras. Atrochamos por el sembrado, los tallos tiernos, perlados todavía por el rocio, algo de escarcha, de estrellas de hielo, destellos de diamantes breves que se llevará pronto el sol, y se acerca uno a una encina grande, señorial, monumental, negra encina campesina, elegantísima, humilde al tiempo. Y acaricia uno su tronco ceniciento, en los dedos está el tacto de un campo que se hizo árbol en esta parda encima, firme ha estado en las últimas nieves, firme estará cuando el sol parezca calcinar todo. En los dedos la encina robusta, serena, casta, firme, en el oído algunos pajaricos, alegría de alas, cantos secretos, y en los ojos la largura de lo verde, los muchos verdes, el cielo, y el silencio y la soledad bajo la encina, que no se cansa uno de este silencio, en el que las encinas, los tallos, las nubes, los serrijones, están y son, son y no son nada y parece que uno escucha y toca cómo están saliendo de la nada. Y no hay soledad bajo la encina, que se pregunta una de qué mano viene.