Las dos frases que cambiaron la historia de Roma y de España
La sección de historia de 'La Mañana Fin de Semana' habla del origen de varias expresiones de nuestra lengua
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Nuestro idioma es propenso a usar frases hechas, o metáforas, para expresar ciertos hechos o situaciones cotidianas. Dos de ellas cumplen años la segunda semana de enero. “Alea Iacta Est”, pronunciada por Julio César y que hoy traducimos como “la suerte está echada” y “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, de Bertrand du Guesclin, en medio de una pelea que cambiaría la historia de España.
“Alea Iacta Est” salió de la boca de Julio César al cruzar el río Rubicón. Un río que marcaba el límite de Italia con la Galia Cisalpina y que todo general tenía prohibido cruzar a no ser que el Senado diera su permiso. A César no se lo dieron. En vez de permiso lo que le entregaron fue un ultimátum para que entregara el mando de sus 10 legiones y dejase sus puestos de gobernador. Algo que le quitaría su inviolabilidad jurídica y que le dejaría sin apoyos militares para defenderse. César, en un constante tira y afloja con las instituciones romanas, se puso al mando de la legión XIII Gémina, que le había servido fielmente en la conquista de la Galia, cruzó el río y pronunció la famosa frase: “Alea Iacta Est”, “La suerte está echada”. Comenzaba así una cruenta guerra civil que acabaría con siglos de república y daría paso a la era imperial romana.
En 1369 Castilla llevaba tres años sumida en una guerra civil. Guerra entre el hijo legítimo de Alfonso XI, Pedro el Cruel, y uno de los hijos bastardos del monarca: Enrique de Trastámara. Pedro, que había perdido el sobrenombre de “el Justiciero” cuando empezó a asesinar a sus hermanos por miedo a que le arrebataran el poder, contaba con el apoyo de los ingleses. Enrique con el de los franceses. Y uno de esos caballeros galos que acudió a su llamada fue Bertrand du Guesclin. Pedro se acercó en secreto al francés, prometiéndole tierras y riquezas si se cambiaba de bando. Bertrand hizo creer a Pedro que aceptaba su oferta, pero en realidad le contó todo a Enrique de Trastámara. Este le prometió todo lo que le había prometido su medio hermano y más, con la condición de que, manteniendo el engaño, llevase a Pedro hasta su tienda. Eso hizo Bertrand, juntar a los dos hermanos, que se batieron mano a mano y espada contra espada en un duelo de reyes. Pedro iba ganando, de hecho estaba a punto de matar a su hermano Enrique, cuando el caballero francés decidió intervenir. Agarró al rey por las piernas para tirarle al suelo y que Enrique pudiera cambiar el signo de la pelea y asestarle el golpe de gracia. Con este acto, Bertrand du Guesclin ponía fin a la dinastía de Borgoña y extendía una alfombra roja hasta el trono para una nueva familia: la de los Trastámara. Preguntado por sus actos, simplemente respondió: “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”.
Dos frases históricas que seguimos utilizando hoy en día y que en su momento marcaron cambios radicales en la historia de Roma y de España.