EL SUCESO DE 1998

Natascha Kampusch: La terrible historia de la niña que creció en un zulo de cinco metros cuadrados

La joven austriaca Natascha Kampusch fue secuestrada el 2 de marzo de 1998, cuando solo tenía 10 años. Durante más de 3.000 días permaneció encerrada en la casa de su captor

Andrés G. AtienzaCarmen Cerbán

Málaga - Publicado el - Actualizado

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Como cada mañana, Natascha se levantó temprano para ir al colegio. Se vistió, desayunó, se colgó la mochila y se despidió de su madre. Era siempre el ritual. Salió de casa y comenzó su paseo al colegio, por las calles de Viena. Pero nunca llegó a la escuela, ni volvió a casa. En un instante, a la pequeña de diez años se la tragó la tierra. El 2 de marzo de 1998 comenzaba la pesadilla de Natascha Kampusch.

EL ZULO

Aquel día, de camino a la escuela, un hombre la subió a la fuerza a una furgoneta. Un electricista, antiguo técnico de Siemens, llamado Wolfgang Přiklopil, que la convirtió en su prisionera. Le dijo: “Ya no eres Natascha, ahora me perteneces”. Un diminuto zulo de cinco metros cuadrados, en el sótano de la casa del secuestrador, sin ventanas y cerrado con una puerta de acero, se convirtió en el nuevo hogar de la pequeña.

En aquel lúgubre lugar, Natascha fue creciendo. En ocasiones su captor le dejaba algunos libros, en cuyas páginas se sumergía para evadirse del infierno en el que se había convertido su vida. Pasaba largas horas encadenada a la cama, recibía palizas decenas de veces por semana; si lloraba por el dolor, el secuestrador le sumergía la cabeza en el fregadero y le apretaba el cuello con tanta fuerza que caía desmayada. La obligaba a limpiar la casa sin apenas ropa. Natascha era su esclava.

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TENÍA QUE ESCAPAR

A los catorce años, la joven austríaca ya había intentado estrangularse varias veces con su propia ropa; a los quince, intentó cortarse las venas con una aguja de coser. No quería seguir viviendo cautiva de aquel hombre que la maltrataba y agredía de todas las formas posibles y la amenazaba con matar a cualquiera al que pidiera ayuda. El pánico de la joven era tal que jamás se atrevió a pedir auxilio durante alguna de las salidas al jardín que el hombre le permitió durante sus ocho años de cautiverio. Tampoco cuando hicieron un breve viaje a una estación de esquí. Pero sabía que no quería vivir allí para siempre.

FIN DE LA PESADILLA

La mañana del 23 de agosto de 2006, Natascha Kampusch, a sus 18 años, tomó una decisión que lo cambió todo: presa de un hambre voraz, mientras lavaba el coche de su secuestrador en el jardín. Mientras él hablaba por teléfono, la joven echó a correr sorteando las malas hierbas de la parte trasera de la casa. Aquella chica escuálida, de rostro pálido y cabello rapado se presentó ante la Policía diciendo: “Soy Natascha Kampusch, nacida el 17 de febrero de 1988”.

El secuestrador no pudo ser juzgado por los graves hechos que había cometido. Wolfgand se arrojó a las vías del tren a las afueras de Viena el mismo día que Natascha escapó de un cautiverio de 3.096 días.

ANÁLISIS DEL CASO

Uno de los interrogantes que planatea la historia de Natascha es ¿Cómo es posible que en ocho años nadie descubriera estaba en la casa de aquel hombre? Que, por cierto, fue sospechoso en los primeros días tras la desaparición de la niña.

El criminólogo e investigador privado, Enrique Vega cuenta a Adolfo Arjona que Natascha estuvo los primeros cuatro años cautiva en el zulo, sin ver la luz del sol “solo a partir del segundo año, era subida por su captor, para lavarse. Y a partir del cuarto año, salia al resto de la casa con escasa asiduidad, para entre otras cosas, para dormir encadenada a su secuestrador. Y solo a partir del séptimo año, pudo salir en tres ocasiones de la casa, acompañada por su secuestrador y con amenazas de muerte. En su tercera salida, logró escapar”, relata.

FUGA

Cuando la joven escapó, a la Policía le resultó muy sorprendente su educación. Hay que recordar que fue secuestrada con diez años y escapó a los dieciocho y que, por tanto, no fue al colegio como todos los niños de su edad.

Según Enrique Vega: “La explicación podemos encontrarla en la dedicación diaria de Natascha a la lectura de los libros infantiles de su secuestrador. A partir de su cuarto año de cautiverio, oiría la radio diariamente.

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BUEN ESTADO FÍSICO

A pesar de su delgadez (pesaba lo mismo que cuando desapareció ocho años antes) y de que había crecido apenas unos centímetros, Natascha tenía un estado físico relativamente bueno para haber permanecido tanto tiempo secuestrada y sometida a agresiones de todo tipo. En aspecto psicológico, Natascha tuvo que seguir durante un tiempo un tratamiento para superar los años de cautiverio.

Vega cuenta un curioso dato: “Natascha ha comprado la casa de su secuestrador, con la intención de tapar el zulo, desconociendo por el momento si derrumbará la vivienda”.

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