LA NOCHE DE ADOLFO ARJONA

El presagio de la madre de un pasajero del Titanic antes de zarpar: “No lo hagas”

En "La Noche de Adolfo Arjona" recordamos cómo la tragedia se cebó con diez españoles que viajaban en el barco

Yolanda Guirado

Sevilla - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Pepita, que seas muy feliz”. Las palabras son de Víctor Peñasco, un joven madrileño de 24 años que se despedía de su nueva mujer en aguas del Atlántico. Era la noche del 14 de abril de 1912 y ambos viajaban en el Titanic.

Solo unos meses antes, María Josefa y Víctor Peñasco contraían matrimonio. Ambos pertenecían a una de las familias mejor posicionadas de la época. Estaban felices. Enamorados. Y la vida les sonreía. Tras la boda, emprendieron su luna de miel en primera clase.

El final de su luna de miel a bordo del Titanic

Llevaban diez meses recorriendo Europa, cuando llegó a sus manos un folleto publicitario de un barco que decían era insumergible, iba a emprender su primer viaje. Aquel cuadernillo hablaba del barco más lujoso del mundo, de un barco tan veloz como moderno. Al leerlo, a la joven pareja le pareció una idea brillante terminar su luna de miel a bordo del Titanic.

Según cuenta el libro "Los 10 del Titanic", de Lid Editorial, estaban en París cuando conocieron la existencia del vapor más grande jamás construido. Aquel lujoso barco partiría de Londres destino a Nueva York el 10 de abril de 1912. “No había mejor forma de terminar una luna de miel que a bordo del Titanic” pensaron los jóvenes.

Una premonición y una promesa incumplida

Los autores del libro, Javier Reyero y Nacho Montero, le han contado a Adolfo Arjona que de pronto Víctor recordó algo. Si querían viajar en barco, tenían un dilema: su madre le había pedido que no subieran a ningún barco. La mujer había tenido un mal presagio, había visto en un sueño una desgracia en la que aparecía un barco. Por este motivo le pidió a su hijo y a su nuera que disfrutaran del viaje , pero que no subieran a ningún barco. Bajo ningún concepto.

Como hemos conocido en "La Noche de Adolfo Arjona", Víctor urdió un plan que tendría un final macabro. Compró varias postales de los lugares más turísticos de la ciudad; la Torre Eiffel, Versalles, los cafés de la época y los Campos Elíseos. En una especia de broma, las escribió como si estuviera visitando esos lugares junto a su esposa y le pidió a su mayordomo que se quedara en París para enviar cada una de las postales. Sin saberlo, lo estaba salvando de una muerte casi segura.

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Sin embargo, Víctor no contaba con lo que el destino le tenía guardado. Y después del 14 de abril de 1912, su madre siguió recibiendo cartas de su hijo fallecido. Paradojas de la vida, el cuerpo de su hijo yacía en el fondo del mar tras ahogarse en ese barco que muchos consideraban insumergible.

Pepita, como él la llamaba cariñosamente, nunca pudo olvidar el momento más duro de su vida: El momento en el que su marido se vio obligado a empujarla para que subiera a uno de los botes salvavidas, mientras él se quedaba a bordo del Titanic. Aquellas palabras resonarían en su memoria para siempre: “Pepita, que seas muy feliz”.

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