La foto: "El joven que no sabe que ha dejado de serlo solo quiere seguir madrugando"

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Redacción La Tarde

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La foto de hoy está tomada en un parque hace pocas horas. Es un parque en el que la primavera todavía sigue retrasada. Un par de árboles continúan desnudos, solo les asoman algunos brotes todavía tímidos. El césped, por el contrario, crece desinhibido, espeso, salpicado por algunas margaritas pequeñas. En la orilla de uno de los caminos del parque hay un banco y en ese banco un urbanita en vaqueros que toma el sol. Es un hombre que ha dejado atrás la juventud sin haberse dado cuenta. El protagonista de la imagen está tendido, con la cabeza apoyada en en el final del respaldo, con las piernas extendidas. Suena el silbo de un mirlo. El joven que no sabe que ha dejado de serlo se concentra en recibir con plena conciencia cada uno de los rayos del sol que le acarician la cara. La sombra del banco dibuja una parrilla perfecta. El mirlo insiste. Y el joven que no sabe que ha dejado de serlo solo quiere seguir madrugando, le gusta levantarse temprano, quiere seguir viendo el amanecer, quiere poder seguir viendo a los vecinos que pasean entre los árboles y la hierba, al viejo que usa andador, a la pareja ocasional que discute a voces, al niño de los patines. Quiere sentarse en el banco y esperar. Esperar a que el sol le caliente con ternura. Sabe que el mundo se derrumba con desastres silenciosos, que el malhumor está justificado, pero también sabe que le puede bastar poca cosa, muy poca cosa, un pequeño punto de luz, un olor a verde, un silencio repentino, le basta poca cosa para estar bien. Siente un poco de vergüenza porque no quiere más que sentarse en el banco y mirar y dejarse invadir por una alegría ilógica. Aquí, ahora, en el parque, estar bien, dejarse acariciar y calentar por una alegría que no tiene explicación.