El Hospital del Juguete de Madrid cierra sus puertas tras más de 70 años: "No hay relevo"
Pilar Cisneros se traslada al Hospital del Juguete de Madrid para hablar con Antonio Martínez, dueño del único y último taller de juguetes que hay en España
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Antonio Martínez se encarga del negocio familiar abierto desde 1945. Pero no tiene un negocio cualquiera. Como dice él, el que trabaja en algo que le gusta, no trabaja en la vida. El negocio de Antonio es el Hospital del Juguete, en Madrid. De hecho, a día de hoy, es el único taller de juguetes que hay en España. Pero por poco tiempo.
El 31 de diciembre, cuando estemos tomando las uvas, Antonio echará el cierre a este negocio tan especial. Pondrá fin a un negocio iniciado por sus padres en 1945 y a un oficio artesano sin relevo. Ha lanzado muchos avisos por si alguien quería ir con él a aprender. Son más de 50 años los que lleva trabajando. De hecho, aún sigue aprendiendo, y ya no le va a poder enseñar todo a alguien en un mes.
Hasta este local del barrio de Pacífico han llegado no solo desde todas partes de España, sino también del extranjero. Gente incluso de Italia. Allí había un hospital de muñecas, detrás de piazza Navona, en Roma. Pero les pasó como al negocio de Antonio, eran una familia y los padres ya eran mayores.
Un universo que nació en 1945 para reparar juguetes. En Madrid, en Pacfícico, se ubica este último y único Hospital de Juguetes de España. Antonio Martínez, su dueño, cuenta en 'La Tarde' a Pilar Cisneros que siente una gran tristeza por dejar de jugar. Porque así describe su trabajo, como jugar.
Lo deja porque se junta todo. Tiene que hacer caso de su famillia, son muchas horas. "Cada juguete tiene su historia". Cuenta que, para sus clientes, algunos de sus muñecos tienen alma. Aunque lleve 50 años, admite que le faltan cosas por aprender, y no tiene relevo: "Esto no se puede aprender en una semana".
También cuenta la historia de un oso de peluche que le entregaron con la cara quemada, porque se cayó a la chimenea. Un peluche que le hacía mucha ilusión a su dueña, una niña. Le reconstruyó la cara y quedó como nuevo.
Porque, aunque cierren las puertas, el espítitu de Antonio como reparador de juguetes seguirá siempre presente.