Teresa, una vecina de Córdoba, cumple su sueño laboral a sus 92 años: "Me siento que sirvo todavía para algo"

Desde pequeña su ilusión había sido ser enfermera, algo que en su momento no pudo cumplir, pero ahora trabaja como voluntaria en el hospital de Pozoblanco

Redacción La Tarde Belén Collado

Publicado el - Actualizado

4 min lectura

¿Alguna vez te has visualizado como serías con 80 o 90 años, por ejemplo? Seguramente esperamos estar bien de salud, antes de nada. Por supuesto, es algo importante, pero también lo es seguir teniendo ilusiones y sueños. Como es el caso de Teresa. A sus 92 años, tiene una energía que parece que no se agota.

A pesar de su edad, Teresa Cicerone no para de dar servicio a los demás. Siempre quiso ser enfermera, pero las circunstancias de la vida la obligaron a ayudar desde pequeña a su familia en el campo y no poder ir a la escuela. Sin embargo, aunque llegó un poco tarde, su sueño se cumplió al final. Lleva 14 años siendo voluntaria en el Hospital de Los Pedroches, en Pozoblanco (Córdoba). No ha fallado ni un solo día a su trabajo y, además de la experiencia, gana mucho cariño y gana vida.

“Me siento con vitalidad, que sirvo todavía para algo”, cuenta Teresa. Se encarga de resolver las dudas de los enfermos que llegan al hospital y de acompañarlos, si es necesario, a las salas de consultas a las que deben ir.

“No me siento tan mayor”, reconoce Teresa. Y es que con la energía y las ganas que desprende, pocos pacientes le echan los años que realmente tiene. “Cuando les digo que tengo 92 años, me dicen que les diga lo que tienen que hacer para llegar así a esa edad”. Lo curioso, claro, es que en su día a día atiende y ayuda a personas que son más jóvenes que ella en su gran mayoría, y precisamente eso influye positivamente en los enfermos.

El carácter de Teresa hace que sea muy querida en el hospital y que todos la conozcan. “Me conocen los del hospital y de los pueblos”, indica la voluntaria. “Vienen de todos los pueblos a este hospital y tenemos amistades por todos los pueblos de al lado”. Ya es famosa en la zona, sin duda, pero confiesa que se siente más a gusto conversando con los mayores que con los niños. “Los entiendo mejor porque yo no he tenido hijos, pero me he encargado de mis padres y he asistido más a los mayores”, explica Teresa, razón por la que considera que no sabe cuidar de los niños.

En cuanto a su salud, Teresa ha desvelado que la riñen mucho porque “voy a pedir cita todos los días pero luego se me pasa”. Como dice el refrán de “en casa del herrero, cuchillo de palo”, la voluntaria ha llegado a contar que le hicieron hace ocho meses un electrocardiograma que debía llevar a su médico de familia, pero hasta el momento no lo ha hecho. “Lo tengo todavía en el bolso metido en el sobre”, bromea Teresa. Sin embargo, cuenta con los típicos achaques de la edad que sobrelleva con andadores cada vez que sale de casa. “Yo le doy gracias a Dios todos los días, y no una vez sola, porque la verdad es que vivo sola y las piernas no están ya muy ágiles”, indica.

Teresa ha recordado, además, cómo fue su niñez en el campo, que impidió que se pudiera dedicar a ser enfermera. “Éramos cinco hermanos y mi padre era pastor, y estábamos en el campo todos. Me hubiera gustado ir a la escuela como otras personas, pero nosotros no podíamos ir porque mi madre no podía estar con nosotros en el pueblo y mi padre no podía quedarse solo en el campo”. En esos años, no les quedó otra a sus hermanos y a ella que aprender a leer con su padre.

La vocación por la enfermería le vino porque un “practicante”, como se les conocía por aquella época, la enseñó a poner las inyecciones a los vecinos del pueblo. “Me gustaba eso”, rememora Teresa, “pero a los niños no se las ponía”, ya que temía cogerle algún nervio o hacerles daño. “Las ponía en la cadera, porque es donde sabía ponerlas”, apunta Teresa, que confiesa que siempre se le quedó esa espinita de no haberse podido dedicar a la enfermería profesionalmente. Pero como la vida, tarde o temprano, suele poner todo en su lugar, a Teresa le llegó el momento.

En cuanto pidieron voluntarios para el hospital de Pozoblanco, Teresa no se lo pensó dos veces y se apuntó. Se había quedado viuda hace un año y aunque tenía sus actividades y sus aficiones, pero “no tenía ninguna cosa de provecho”, señala Teresa. Ahora puede sentirse orgullosa de que a sus 92 años puede seguir ayudando a todo el que lo necesite, y a transmitir su alegría y su vitalidad en el hospital.

Temas relacionados