Vito, quien rescató a más de 40 migrantes de un naufragio en el Mediterráneo: "Siento no haber salvado a más"
Hace 10 años, un naufragio cerca de Lampedusa donde murieron 368 migrantes, marcó la vida de Vito, que cuenta en 'La Tarde' cómo consiguió rescatar a más de 40 personas
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368 personas no llegaron a ver el amanecer hace diez años. Murieron en medio del mar Mediterráneo, intentando llegar a Lampedusa en busca de una vida mejor. La mayoría venían de Eritrea, y lo hacían en un cayuco desde Libia.
Un naufragio que Vito y sus amigos no olvidarán jamás. Y es que ellos, que nunca pernoctaban en medio del mar en el barco de Vito, esa noche decidieron hacerlo sin saber que, a la mañana siguiente, tendrían que ejercer de ángeles de la guarda para algunas de esas personas.
En su barco iban ocho personas, amigos que habían decidido salir a navegar por la noche, darse algún baño nocturno, y cenar y dormir en pleno barco. A la mañana siguiente, cuando apenas se esbozaba una pequeña luz en el horizonte, escucharon unos gritos que nunca habían escuchado antes. Eran los migrantes que habían salido días antes de Libia con el objetivo de llegar a Europa.
Muchos de ellos, no llegaron. Fernando de Haro está en Lampedusa, en el mismo pantalán donde esa tragedia en medio del Mediterráneo ocurrió hace justo diez años. Allí ve cómo hay, ahora, unas quince embarcaciones semi hundidas, esos barcos en los que llegan los migrantes a tierras italianas y donde son desembarcados para una evaluación médica.
Todos llevan días en la misma posición, en medio del mar, jugándose la vida, con el objetivo de llegar. Muchos temen perder su vida.
"Siento mucho dolor"
La madrugada del 3 de octubre de 2013 Vito estaba en su embarcación con sus amigos, y aunque se suponía que esa noche no saldrían, lo hicieron y cambiaron la vida de un puñado de personas. "Cuando eran las 3 y media de la mañana dije que fuéramos a casa, pero alguien dijo que durmiéramos ahí. A las 6 y media a un amigo mío lo despertaron los gritos, él estaba en la cabina conmigo" contaba a Fernando de Haro.
"Empezaba a amanecer y le dije que eran gaviotas, pero él insistió en que escuchó estos gritos. Navegamos 800 metros y los encontramos. 200 personas frente a nosotros gritando y pidiendo ayuda" relata con muchísimo dolor. Cuenta que sí, estaban asustados, muchísimo, porque no sabían qué es lo que tenían que hacer.
Pero su humanidad les llevó a rescatar a todos los que pudieron. "La primera reacción era 'no quiero salvar solo a 4 o 5', pero comencé a tirar los chalecos salvavidas y uno a uno se ponían debajo de mi barca. Estaban desnudos y sucios del diésel, y así comencé con 4 o 5 y ya no me detuve frente a estos brazos que pedían ayuda" decía.
Su barco, que mide apenas unos metros y no tiene capacidad para albergar a tantos, empezó a subir a unas 47 personas, en total, iban 55 en el barco. No sabe cómo su embarcación consiguió aguantar el peso. "Estábamos asustados, mucho, porque nos hubiera gustado salvarlos a todos, pero era imposible" contaba.
Un recuerdo agridulce
"Lo recuerdo con mucha tristeza, dolor y a veces alegría por las personas que salvamos, y dolor por las que podían haberse salvado. Para 368 de ellos el amanecer no llegó" decía con dolor. Aún hoy siente no haber podido salvar a más, pero era "imposible".
Ahora sabe de ellos, se escriben y muchos de ellos, a modo de aniversario, le visitan cada 3 de octubre. "Hubo varias a las que salvamos, que vinieron aquí con nosotros a visitarnos. Cuando lograron escapar de Italia, llegaron a estos países, pidieron asilo político y se lo concedieron. Estudiaron y les dieron un trabajo y algunos se reunieron con sus familias, ahora viven felices" decía.
La mayoría vive en Suecia y, recuerda con cariño, cómo le escriben y le llaman "my father", aunque ninguno sepa inglés. "Un nombre te digo: Salomón, Bassenger, todos los niños que salvamos y que nos tratan como padres. El niño más pequeño que salvé tenía 13 años" decía.
Eso sí, en su corazón, hay tristeza por no salvar a todos, por lo que construyó un pequeño monumento con el nombre de 366 personas, dos de ellos no lo sabía, y siente en su corazón su presencia. "Estos estaban dispersos en los cementerios sicilianos, y en cada lugar donde enterraban un ataúd, ponían un número. En la vida con un número no se entierra ni siquiera un objeto" sentenciaba.