Fernando de Haro: "Ya están aquí los Magos de Oriente, han terminado un nuevo viaje"

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Ya están aquí los Magos de Oriente. Han terminado un nuevo viaje. Ha sido un viaje diferente. En el viaje de hace más de 2.000 años. Pasaron un buen frío. Era exactamente el peor momento del año para un viaje, y un viaje tan largo: los caminos no estaban bien y el tiempo mordía.

Los camellos irritados, llagados en las patas, recalcitrantes, tirándose en la nieve que se fundía. Los magos añoraban los palacios de verano en laderas, las terrazas, y las muchachas guapas llevando sorbetes.

Los camelleros gruñían. Se escapaban, querían sus tragos y mujeres. Y las hogueras nocturnas se apagaban y faltaba

y las ciudades eran hostiles y los pueblos eran poco amistosos y las aldeas eran sucias y los posadores, cobrando precios altos:

Al final preferían viajar toda la noche, durmiendo a trechos, con las voces que cantaban en nuestros oídos, diciendo que todo eso era locura.

Entonces, al amanecer, bajamos a un valle templado, húmedo, bajo la línea de las nieves, oliendo a vegetación, con un arroyo que corría. Y un viejo caballo blanco salió al galope por el prado. Entonces llegaron a una taberna con hojas de vid sobre el dintel. Pero allí a los magos no les dijeron nada.

Un anochecer llegaron a Jerusalén y allí, si les dieron datos, tenían que ir a un pueblo cercano, a Belén.

Y en Belén había un niño y una madre. Era un niño luminoso, mucho más luminoso que la estrella. Y se pusieron de rodillas y sacaron el incienso, el oro y la mirra. Porque ese era el Rey, el Rey del universo.

Luego, después de aquel primer viaje, volvieron a sus reinos, pero ya no estaban a gusto en sus reinos. En el viejo estado de cosas. Ya no eran suficientes los palacios de verano en laderas, las terrazas, y las muchachas guapas llevando sorbetes.