El debate de ayer tuvo una audiencia de 8,6 millones de espectadores. Eso significa que tuvo menos audiencia que los dos debates de la campaña electoral de abril y que se queda muy lejos de los debates de hace cuatro años. El interés decae después de cuatro elecciones en cuatro años. Y nos es para menos, ¿quien aguantará hasta altas horas de la mañana escuchando a unos políticos que repiten argumentos muy semejantes a los de hace unos meses? A Sánchez le habían recomendado que adoptadara una pose presidencial y su lenguaje corporal sin mira a nadie decía: “Yo en realidad no debería estar aquí porque mi sitio es Moncloa y para dejarlo claro solo miró sus papeles y anunció cambios en el Gobierno”. Sánchez parece no haber aprendido nada en los últimos meses. Sánchez, que siguió insistiendo anoche, como en julio, que el partido ganador gobierne de forma automática.
Es muy previsible que Sánchez gane las elecciones. Es muy previsible que consiga la investidura. Pero, el debate dejó claro que es muy dudoso que sepa o pueda negociar los apoyos para una legislatura estable.
Estamos en un sistema parlamentario y, tras una repetición electoral, debería haber respondido a las preguntas sobre posibles pactos. Ese fue el momento más efectivo de Casado, que se negó a aceptar una gran coalición. Ya sabemos que una gran coalición sería contraproducente. Es lógico que Casado le afeara a Sánchez su coqueteo con el independentismo, su mala gestión de la crisis en política migratoria, sus promesas económicas que exigen subidas de impuestos, pero tal y como están las cosas el desbloqueo solo pasa por alguna fórmula de entendimiento entre PSOE y PP, salvo que quieran llevarnos a unas terceras elecciones
Rivera seguramente fue uno de los perdedores de la noche: después de haber querido ser el líder de la oposición, ahora quiere volver a ser partido bisagra y tiene su parte de responsabilidad, no pequeña en la repetición de las elecciones. El discurso de Iglesias pudo contentar a cierta izquierda, lo sorprendente es que haya hecho creer que el no tiene responsabildiad alguna en la repitición de las elecciones. Abascal fue la sorpresa de la noche por su suavidad en las formas. Pero sus intervenciones, con datos falsos, quisieron explotar el miedo al inmigrante, lo que tiene efectos nocivos para la convivencia. Nuestros políticos parecen no enterarse que estamos cansados de que no lleguen a acuerdos