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La foto de hoy es la foto de un gran maestro húngaro ya fallecido. Retrato en blanco y negro de una bailarina detrás del telón. Ese podría ser el título. La iluminación y la composición son soberbias. La luz de las candilejas cae sobre la pierna y la rodilla de la muchacha, sobre sus manos , sobre su cuerpo. La muchacha aparece en un esquina, sentada en una silla de tijera, ausente de todo lo que le rodea. Para el espectáculo tiene que calzar unas zapatillas blandas que se anudan a los tobillos. Y tiene que lucir un vestido muy corto y muy sugerente y un sombrero de copa y unos pendientes muy grandes que le caen de las orejas como una cascada de bisutería. La muchacha tiene un ratito entre número y número y como en el escenario hace frío se ha echado por los hombres un abrigo gordo con las puñetas y el cuello de piel. En ese breve momento, entre un baile y otro, la muchacha descansa con un libro pequeño. Puede ser un libro de poemas, un devocionario, una novelita que parece ligera pero que tiene mucha enjundia. El espectáculo de variedades monta, al otro lado del telón, una buena escandalera. Pero ella, con los labios apretados, se concentra en las páginas del librito. Seguramente es el mejor momento del día. En medio de tanto ajetreo la muchacha tiene un ratito para ella, para refugiarse, para recogerse. Para dejar que sus adentros escuchen y miren. Los adentros no están fuera del escenario, los adentros no están en otro lado. Siempre estamos en el teatro del mundo.