La regla que ponen en práctica los porteros de los edificios y de la que pocos saben: una profesión en extinción

En 'La Tarde' hemos hablado con Pedro, Abel y Serafín que nos cuentan un poco más de esta profesión 

Portero
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Lorena Costa

Publicado el - Actualizado

3 min lectura

En un tiempo en el que la tecnología y la externalización de servicios parecen arrasar con todo, el oficio de portero de edificio sigue resistiendo, aunque con cada vez menos efectivos. Serafín, Pedro y Abel, porteros en Pontevedra, Madrid y Zaragoza, lo tienen claro: su labor va mucho más allá de abrir puertas o limpiar el portal. Son el alma de sus edificios, vigilantes de la seguridad, confidentes de los vecinos y hasta un pilar en situaciones difíciles, como quedó demostrado durante la pandemia.

Un trabajo en peligro

"Cada vez vamos quedando menos", admite Abel, que lleva más de 30 años como portero en Zaragoza. "Ahora se contratan empresas privadas para limpieza y mantenimiento, y el portero, como tal, desaparece", añade Serafín desde Pontevedra. Pedro, en Madrid, también nota ese cambio: "Nos quieren convencer de que no somos necesarios, y el trabajo se está transformando".

Sin embargo, su labor sigue siendo fundamental. No solo mantienen limpios los edificios y realizan pequeñas reparaciones, sino que, sobre todo, garantizan la seguridad. "Nosotros sabemos quién entra y quién sale. Si viene alguien ajeno al edificio, estamos atentos", explica Pedro.

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Mucho más que un trabajador: casi de la familia

Uno de los aspectos más singulares de este oficio es el vínculo que se crea con los vecinos. Abel, que trabaja en una finca con 178 viviendas y 272 plazas de garaje, asegura que conoce a todos: "Crecí con ellos. Nunca me he sentido solo un trabajador, sino parte del edificio".

Pedro lo corrobora desde Madrid: "Llevo 35 años y he visto de todo: nacimientos, mudanzas, fallecimientos... Pasas por muchas cosas con los vecinos, y al final hay una relación que va más allá de lo profesional".

En la pandemia, esa cercanía se convirtió en un salvavidas para muchos. "Había personas mayores que no podían salir, y nosotros nos encargábamos de llevarles lo que necesitaban", recuerda Pedro.

A pesar de todo, los porteros siguen siendo una figura discreta, casi invisible. "Es parte del trabajo", dice Serafín. "Tenemos que ser discretos". Pedro lo define con claridad: "Al vecino sí nos conocen, pero en general no. Y de eso se trata".

El día a día del portero

Con la explosión del comercio online, la gestión de paquetes es otra de sus tareas diarias. "Si aceptara todos los paquetes que llegan, solo me dedicaría a eso", dice Abel, que ha optado por recoger solo aquellos que los vecinos le piden expresamente. Pedro, por su parte, tiene una garita que a veces está "casi llena de paquetes".

Luego están las emergencias. Desde ayudar a un vecino que se ha dejado la llave dentro hasta intervenir en problemas de fontanería o electricidad, siempre hay algo que atender. "Hay que estar disponible 24 horas", dice Abel.

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Un trabajo basado en la confianza

Si hay algo que define a los porteros es la confianza que los vecinos depositan en ellos. "Tengo llaves de casi todos los pisos", reconoce Pedro. Esa confianza es lo que hace que el oficio siga vivo, a pesar de las dificultades. Como dice Serafín, "ver, oír y callar" es una máxima en este trabajo. "No podemos meternos en lo que no nos concierne, pero estamos ahí para lo que haga falta".

Puede que la figura del portero esté en declive, pero mientras existan edificios con vecinos que valoren su labor, seguirán siendo mucho más que trabajadores: serán el alma del hogar.

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