El zapatero de Benedicto XVI, autor de su famoso calzado rojo: "Un padre y un papa para mí"
'La Tarde' se ha acercado al zapatero de los Papas en Roma, Antonio Arellano, donde era frecuente Ratzinger y cuyos zapatos también son los que lleva el cuerpo yacente de Benedicto
Madrid - Publicado el - Actualizado
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En el Museo de los Papas están expuestas una de las últimas vestimentas de Benedicto. Una de las partes más conocidas de su atuendo eran los zapatos rojos. Por eso, 'La Tarde', con Pilar Cisneros y Fernando de Haro, se ha acercado a conocer al zapatero de los Papas en Roma, Antonio Arellano, donde era frecuente Ratzinger y cuyos zapatos también son los que lleva el cuerpo yacente de Benedicto XVI.
Antonio confiesa que los preparó "durante muchos años" y "cuando era cardenal". Estuvo con él "fino casi alla fine", es decir, casi hasta el final. "Pido a la gente que rueguen por él", dice el zapatero.
Recuerda el hombre, de origen peruano, que ha sido cliente suya "tantos años" que ni se acuerda. Sí que rememora cuando fue elegido Papa: "Sentí una alegría". Fue entonces cuando preparó "un par de zapatos para regalarle". "Fui, lo entregué y me reconoció", relata Antonio. "Para mí como un padre", reconoce, porque no conoció a un padre, el suyo despareció cuando era joven. Con Ratzinger: "Un padre y un papa para mí". "Buscas siempre una persona grande y uno se encariña", explica el zapatero, pero aunque no siempre encontró a la persona adecuada en la que ver reflejada esa figura, confiesa: "Al final lo he encontrado a él".
"Era una persona simple, tranquila, educadísimo, un poco tímida", define Antonio al papa fallecido. Después de que fuera escogido como máximo pontífice, ha ido "varias veces allí a verlo". Incluso con su nieta a la que "alzaba en los brazos". Uno de sus mejores recuerdos es que Benedicto XVI "la bendijera".
En su tienda huele a piel, a artesanía,... allí están los zapatos rojos de Benedicto XVI, que ha sido el que "ha elegido su vestimenta así". Cuenta que para la beatificación de Juan Pablo II le hizo "un par". No fue hasta cuando se los vio puestos cuando dijo "oh, dios, lleva mis zapatos". Después de eso reconoce que le entraron "más ganas de trabajar más y dar más calidad" a sus zapatos. Ha recorrido un camino muy largo desde Perú hasta Roma. Mientras estaba aprendiendo, "hacía varios pares al día". Tal era el trabajo que "terminaba a las cinco y media o las siete". Antonio tenía que "trabajar sin parar", pero le compensaba: "Es bonito".
Se marchó a la península itálica en busca de nuevas oportunidades porque cuenta que "es el máximo". "Ahora poco a poco la gente me conoce", explica. De sus famosos zapatos rojos, cuenta que la gente lo usa tanto "porque es una réplica de él".
Antonio guarda un recuerdo especial de Ratzinger. "Tengo tantas fotografías con él", reconoce. Su muerte lo ha entristecido mucho y sigue rezando por él y reconoce: "Rogaré siempre y lo tendré siempre acá".
Cuando Ratzinger era papa, recuerda Antonio que "miraba al Vaticano y me acordaba siempre de él, decía qué estará haciendo". Desde su renuncia también lo veía: "Es una persona maravillosa y hace preguntas bonitas, te mira a los ojos, una persona que está contigo y solo para ti hablando".