Bellísima pero incompleta

José Luis Restán

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Desde hace varias semanas el Papa dedica la Audiencia General de los miércoles a hablar de la vejez, y ayer se preguntó por qué en nuestra cultura es despreciada de tantas maneras. Porque la vejez desenmascara el mito de la eterna juventud como gran aspiración. Por este mito, dijo Francisco, invertimos mucho en medicinas y cosméticos. El Papa alabó, a este propósito, que la actriz italiana Anna Magnani pidiera que no le retocasen sus arrugas, porque le había costado muchos años conseguirlas.

El Papa aprovechó este ángulo para plantear una cuestión decisiva: esta vida, en la carne mortal, es bellísima, pero siempre está “incompleta”. La vida en la carne mortal, dijo Francisco, es un espacio y un tiempo demasiado pequeño para llevar a cumplimiento lo más valioso de nuestra existencia en el tiempo del mundo”: el deseo de verdad, de justicia y de felicidad plenas, que aquí nunca se satisface por completo. Jesucristo ha venido precisamente para llevarnos a esa plenitud junto a Él: “he venido para que tengan vida abundante”, la vida verdadera que no termina.

Este es el anuncio que necesitan tantos que desesperan, y que por eso se entregan a todo tipo de falsos mitos, por ejemplo, el de esa “eterna juventud” que es pura e inútil apariencia, porque el tiempo avanza y deja sus cicatrices en el cuerpo y en el alma. Pero el Papa señaló también otro aspecto muy consolador: la fe, la adhesión a Jesús resucitado en el camino de la Iglesia, nos permite “ver” ya las señales del reino de Dios. Nuestra vida, también en la vejez, camina hacia el destino, “hacia el cielo de Dios”. Caminamos con la sabiduría adquirida y con la gracia de la compañía de los hermanos. Al final no caemos en el vacío, sino en las manos de quien nos ama.