En el espacio público

José Luis Restán reflexiona sobre una columna de opinión en la que se habla sobre cuál ha de ser el lugar que ocupe la Religión en la sociedad

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Leo con estupefacción a una columnista, no precisamente en uno de los llamados “medios progresistas”, que la fe de cual debe quedar fuera del espacio público en una sociedad democrática como la nuestra. Aún estamos así. La fe religiosa de cada uno da forma a su visión del mundo y además tiene siempre una dimensión comunitaria. Pretender que eso quede fuera del espacio público es como pretender que no salga el sol por la mañana. Pretender que un creyente se despoje de su fe como si fuese una chaqueta a la hora de vivir en el espacio público (o sea, fuera de su casa o del templo) es hacer violencia a la realidad, y es, además, atentar contra un derecho humano fundamental.

Por supuesto, un creyente se debe atener a las leyes de la ciudad común, como cualquier otro ciudadano. No debe tener una protección especial ni gozar de privilegios, pero tampoco ser discriminado a causa de su fe. Aclaremos, además, que el cristianismo nunca ha buscado que el ordenamiento jurídico se base en la revelación, sino que ha considerado a la razón como fuente del derecho, tal como proclamó Benedicto XVI ante el Bundestag alemán.

Por otra parte, nuestra sociedad requiere la aportación de todas las realidades vivas que la componen. Excluir la sabiduría teórica y práctica de las grandes tradiciones religiosas a la hora de diseñar nuestra convivencia sería no solo una muestra de intolerancia sino de estupidez. La armonía y el progreso de una sociedad no se consiguen silenciando su riqueza interna, sino propiciando un diálogo cotidiano en el que se hagan patentes las razones de cada uno para vivir. Por supuesto, también las razones de los creyentes.

Los creyentes estamos cada día en el espacio público, de manera personal y comunitaria. No necesitamos permiso. Tampoco pretendemos avasallar ni conquistar no sé qué espacios. Vivimos en medio del mundo con todo lo que somos, junto a otros con los que acordamos y discrepamos, y ojalá que vivamos con ellos esa amistad cívica que también podemos llamar, con el Papa, fraternidad.

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