La fatiga y la dicha de vivir juntos
"Es necesaria la certeza de que cada persona encarna un bien que va más allá de sus opiniones y acciones"
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La semana pasada el arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, nos advertía de que algunas nuevas ideologías empujan hacia un nuevo “tribalismo”, con la sociedad dividida en grupos y facciones, en competencia unos con otros. Quizás los católicos, en esta difícil coyuntura, no estemos exentos de la tentación tribal de refugiarnos en nuestros recintos seguros, evitando el roce con los que son diferentes. Sin embargo, salir, ir al encuentro, es connatural a la fe cristiana. Dialogar con otros y trabajar juntos puede ser a veces áspero y sacrificado, y no excluye tensiones que pueden ser duras, pero todo ello no debe hacernos renunciar a vivir en la ciudad común.
Para eso es necesaria la certeza de que cada persona encarna un bien que va más allá de sus opiniones y acciones, de la simpatía o antipatía que nos provoque. Juan Pablo II afirmó que “el hombre es el camino de la Iglesia”. Benedicto XVI subrayó que, para el creyente, la fe no es una posesión sino un desafío, mientras que el agnóstico no puede eliminar la pregunta sobre el significado, de modo que existe siempre un punto de encuentro posible. Eso es lo que permite también al Papa Francisco invitar a un agnóstico como Eugenio Scalfari a “recorrer juntos un tramo del camino”.
La propuesta transparente de todas las implicaciones sociales, culturales y políticas de la fe es un servicio que debemos al mundo, pero no podemos tener la pretensión de que sea generalmente aceptada. El testimonio, que es la forma esencial de la misión cristiana, es también un camino para construir lo que el Papa denomina la “amistad cívica”. Así pues, aunque el contexto sea difícil, nada de ciudadelas amuralladas, vivamos nuestra fe al aire libre.