La firma de José Luis Restán: Una iglesia que aprende de nuevo a andar

José Luis Restán

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Algunos recordarán la película “Los gritos del silencio”, que narraba el genocidio llevado a cabo por los jemeres rojos a mediados de los años 70 del pasado siglo. La pequeña iglesia camboyana sufrió terriblemente aquellos días, y acaba de abrir el proceso para la proclamación del martirio del obispo Joseph Chhmar Salas y 34 compañeros.

Bajo el régimen de los jemeres rojos, la Iglesia lo perdió “casi” todo: no había obispos, ni sacerdotes, ni religiosas ni catequistas. Los pocos católicos que quedaban se escondieron. Solo en 1990 se autorizó el culto y las comunidades cristianas salieron a la luz y se fueron reconstituyendo poco a poco. El Sábado Santo de ese año, 1.500 cristianos se reunieron en un teatro para celebrar la Pascua por vez primera desde la persecución. Se calcula que unos 2.000 fieles habían sobrevivido al régimen de terror de los jemeres rojos.

Lo cierto es que la pequeña iglesia camboyana ha ido dando pasos, siempre profundamente ligada a la experiencia de los mártires. En 1993, la nueva Constitución reconoció la libertad religiosa, y en marzo de 1994 se establecieron relaciones diplomáticas con la Santa Sede, y se reabrió el camino para construir “una Iglesia con rostro camboyano”. Actualmente existen un Vicariato y dos Prefecturas Apostólicas que cuentan con 14 sacerdotes nativos y un centenar de misioneros llegados de diversos lugares del mundo. Aun así, la Iglesia sigue sin tener personalidad jurídica y es considerada una ONG que promueve obras sociales. Todo llegará.

El hecho es que, en la pasada Pascua, 185 jóvenes recibieron el bautismo, la confirmación y la eucaristía, en el Vicariato Apostólico de Phnom Penh, y cuatro jóvenes se preparan para el sacerdocio en la misma casa en la que vivió el obispo Salas. Es una iglesia niña que está volviendo a aprender a andar, y lo hace con una extraña alegría, sin rencor por su doloroso pasado, ni miedo ante el futuro.