El fundamento de la paz católica
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La historia de dos santos poco conocidos del gran público, Ponciano e Hipólito, puede ayudarnos a entender cómo superar algunas discordias eclesiales. Ponciano fue Papa entre los años 230 y 235, un periodo en que la situación de la Iglesia dependía de la tolerancia intermitente del emperador. Además, sufría la división provocada por algunos teólogos que planteaban que los cristianos que hubieran incurrido en apostasía (por miedo a la persecución) no podían acceder al perdón de los pecados, y quedaban irremediablemente fuera de la comunión. El Papa Ponciano rechazó esta posición rigorista y promovió la reconciliación de esos cristianos a través del sacramento de la Penitencia, lo que provocó duras reacciones.
El principal crítico fue el sacerdote Hipólito, al que hoy calificaríamos como "tradicionalista". Hipólito era un creyente auténtico y un gran predicador, pero deploraba las que consideraba actitudes laxas de la jerarquía de la Iglesia. La música nos suena. Su oposición llegó a ser como una espina clavada en el costado del obispo de Roma, al que hizo sufrir mucho. Cuando llegó al trono el emperador Maximino, en 235, reactivó el acoso a los cristianos, y pensó privar a la Iglesia dos de sus cabezas: Ponciano e Hipólito, a los que hizo arrestar y envió a trabajos forzados a las minas de Cerdeña. El obispo Erik Varden, de quien he tomado esta historia, explica que allí los dos viejos oponentes se reconciliaron y cada uno reconoció la sinceridad cristiana del otro, a pesar de sus diferentes opiniones sobre asuntos concretos. Ambos murieron en las minas y, dos años más tarde, el nuevo Papa Fabián hizo que llevaran sus cuerpos a Roma. Ahora la Iglesia los honra como mártires en una sola fiesta, como si el testimonio de uno fuera incompleto sin el del otro.