El hombre es el camino de la Iglesia
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Qué tal, Angel. El discurso navideño a la Curia Romana suele ser, cada año, una caja de resonancia de las preocupaciones principales del Papa. Esta vez, Francisco ha subrayado que el repliegue sobre sí misma es el gran peligro que la Iglesia debe conjurar, poniéndose en movimiento de salida. Por cierto, el repliegue puede adoptar vestiduras diversas, desde encerrarse en la ciudadela asediada, a las agotadoras diatribas sobre las estructuras eclesiales y el reparto del poder.
La Iglesia se estanca si deja de salir, con la riqueza del Evangelio encarnado, al encuentro de todos los llantos, de todas las miserias, de todas las esperanzas del corazón humano. Me parece que en estas palabras de Francisco resuena aquella vibrante señal de un joven Juan Pablo II: “el hombre es el camino de la Iglesia”.
Francisco indica otro aspecto importante: en la misión tenemos que entender y sentir que nosotros también necesitamos a quienes reciben el anuncio cristiano: nos hace falta su presencia, sus preguntas y discusiones. Y aquí descubro el eco de Benedicto XVI con su iniciativa luminosa (en general poco comprendida) del “atrio de los gentiles”. La misión es lo más opuesto a una conquista, a un plan, o a un activismo. Nace de una comunión cuyo centro es Cristo, y consiste en la comunicación gratuita del don de Dios, que se ofrece a la libertad del otro. Por eso, como dice el Papa, en la misión nos reconocemos vulnerables (desproporcionados, quizás heridos) pero también discípulos de aquel que inició su camino en el humilde pesebre de Belén y lo culminó en el Calvario.