La inusitada alegría de los cristianos del Golfo Pérsico

El próximo jueves el Papa Francisco emprenderá viaje a Bahréin, en el Golfo Pérsico. Seguramente el foco estará en la continuación del trascendental diálogo que la Iglesia mantiene con el mundo musulmán, pero yo quiero fijarme en otro aspecto de la visita. En este país árabe de 1,4 millones de habitantes, viven 200.000 cristianos. Proceden en su mayoría de India, Filipinas, Pakistán, Sri Lanka, Bangladés y de casi todo Oriente Medio. Los hay de todas las confesiones: ortodoxos, anglicanos, siríacos, y católicos de rito latino, copto y siro-malabar.

Los católicos son más de 80.000. Y todos esperan con inusitada alegría la presencia inimaginable del Papa. Este viaje es una forma de decirles que no se les olvida, frente a un sentimiento de abandono que puede surgir en aquellas comunidades. Que el Papa se quede tres días es un acontecimiento de esos que ocurren una sola vez en la vida para los católicos del vicariato apostólico del Norte de Arabia.

La mayoría de estos cristianos son trabajadores pobres en la industria del petróleo, con los problemas de la lengua, salarios bajos y costumbres muy diferentes en un país de mayoría musulmana, si bien el rey Al Khalifa practica una política de tolerancia religiosa. En Bahréin se construyó la primera iglesia del Golfo, inaugurada en 1939, y actualmente hay tres iglesias católicas, una de ellas, la catedral de Nuestra Señora de Arabia, la iglesia más grande del Golfo Pérsico, donde el Papa presidirá una oración ecuménica por la paz.

A nosotros, que hemos recibido el regalo de tantas visitas de los papas desde hace 40 años, nos cuesta hacernos idea de lo que significa para estas familias cristianas inmigrantes tener con ellas al Sucesor de Pedro tres días. Saber que van a ser literalmente el centro de la Iglesia universal. De su vida escondida, de su fe alegre y sufrida, tenemos mucho que aprender.