La fe no es magia, pero incide en la historia

José Luis Restán

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La liturgia de la Pascua nos sigue proponiendo escenas de la primera Iglesia llenas de lecciones para el presente. Ayer escuchábamos cómo Pedro se dirige a casa del centurión Cornelio. Recordemos las premisas. Este Cornelio era un representante del poder imperial de Roma que mantenía a Israel bajo ocupación. Para un israelita normal aquello podía suponer un escándalo, por eso el encuentro entre Pedro y Cornelio constituye el comienzo explícito de una dinámica propia del Nuevo Testamento: un oficial romano que se integra en el pueblo de Dios por pura gracia. La fe cristiana trasciende las fronteras y proclama que los enemigos pueden reconciliarse, que hay una comunión fraterna más allá de la legítima afirmación de la propia pertenencia nacional.

Ahora bien, el gesto de Pedro de administrar el bautismo a Cornelio no significa que desaparece la injusticia de la ocupación romana, esa injusticia permanece como tal. El cristianismo no es una especie de magia que soluciona automáticamente los problemas. Sin embargo, la gracia de pertenecer a Cristo a través de la Iglesia es la fuente de una fuerza que puede resolver incluso las crisis más difíciles, desde dentro y en el tiempo, un tiempo que no podemos controlar ni prever. De hecho, Pedro sería más tarde ejecutado por orden del emperador, pero gracias a la perseverancia de los cristianos Roma se convirtió, poco a poco, en centro de erradicación de la fe para el mundo entero.

Este episodio de los Hechos de los Apóstoles nos enseña muchas cosas para hoy. No debemos pretender que la fe resuelva los problemas de la historia como si fuese una fórmula científica o política, pero la comunión cristiana puede dar lugar a sorpresas inconcebibles para los sabios. No sabemos de qué forma afrontaron Pedro y los demás apóstoles la relación cotidiana con un militar romano que seguía teniendo potestad sobre los israelitas, ni cómo afrontó Cornelio las contradicciones que, a buen seguro, se le presentaron. Pero sabemos que la fe introdujo un factor completamente imprevisto para los analistas de la época, un factor llamado a trastocarlo todo para bien.