La primera canonización de la historia

José Luis Restán

Publicado el

2 min lectura

El hilo de fondo de la homilía del Papa Francisco en el Domingo de Ramos es la frase repetida por Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. El inocente por antonomasia clavado en el palo de la tortura todavía encuentra fuerzas para hacer de abogado de sus verdugos. Incomprensible. Hay algo que nos rechina en todo esto, algo que sentimos como una benevolencia fuera de lugar.

No es que cada uno de los que allí estaban no tuviese su propia responsabilidad en la terrible injusticia que se estaba cometiendo. La tenían. Jesús se refería, explica el Papa, a esa “ignorancia del corazón que tenemos todos nosotros pecadores”, que nos lleva a ignorar nuestra relación con Dios y con los hermanos, que nos hace olvidar porqué estamos en el mundo y nos mueve a cometer injusticias y crueldades.

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Todos escucharon esta frase, pero la tomaron como la expresión descabellada de uno que sea asoma a la muerte. Sólo uno se dio por aludido, uno de los malhechores colgados junto a Jesús. Podemos pensar, dice el Papa, que la misericordia de Cristo suscitó en él una última esperanza, que le llevó a pronunciar unas palabras que debieron sonar absurdas: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Sólo este bandido entendió que aquel condenado a punto de morir era mucho más de lo que sugería su apariencia: era el Mesías, el verdadero Rey. El buen ladrón acogió a Dios en su último suspiro, y recibió una respuesta que va mucho más allá de su petición: “hoy (no más adelante, hoy) estarás conmigo en el Paraíso” Este es el prodigio del perdón de Dios, dice Francisco, “que transforma la última petición de un condenado a muerte en la primera canonización de la historia”. Y en prenda de esperanza para cada uno de nosotros.