José Luis Restán

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¡Que el Señor nos dé verdaderamente su paz!”, ha clamado desde Jerusalén el Patriarca Latino, cardenal Pierbattista Pizzaballa, al convocar para hoy una jornada de ayuno, abstinencia y oración, a la que la Conferencia Episcopal invita a unirse a todas las comunidades cristianas de España.

“Nos hemos visto catapultados a un mar de violencia sin precedentes”, dice el obispo de la Iglesia madre de Jerusalén.

“El odio, que lamentablemente ya hemos experimentado durante demasiado tiempo, aumentará aún más, y la espiral de violencia que sigue creará más destrucción. Todo parece hablar de la muerte”.

Pues bien, en este momento de oscuridad y dolor, cuando los análisis y las propuestas de los grandes de este mundo no nos ofrecen motivos para la esperanza, los cristianos tenemos un camino para no quedar bloqueados en la impotencia y el lamento: invocar a Dios, que abomina del mal y de la violencia, para que mueva la libertad de todos, porque lo que es imposible para los hombres es posible para Dios.

Al Dios de Jesucristo, que no eludió el horror de la cruz para salvar a los hombres, le confiamos nuestra esperanza de que los rehenes israelíes sean liberados, de que las familias de los asesinados sean consoladas, de que los civiles inocentes sean protegidos, y de que israelíes y palestinos puedan encontrar un camino de paz y reconciliación en la Tierra donde nació nuestro Señor Jesucristo.

El ayuno, al que también invita el Patriarca, es una forma sencilla de ofrecimiento de nuestra propia vida, de reconocer que, en el fondo, no podemos darnos lo que necesitamos, no podemos establecer la justicia ni reparar el mal con nuestras propias fuerzas.

Todos podemos realizar estos gestos sencillos y verdaderos: comunitariamente allí donde sea posible, en familia o personalmente, en casa, en la calle o en cualquiera de nuestras iglesias.

Aunque el sonido de la violencia parezca ensordecedor, aunque la fuerza del mal parezca imbatible, podemos entregar a Dios Padre, como dice el pastor de una Jerusalén herida, “nuestra sed de paz, de justicia y de reconciliación”.