Ha querido correr con nosotros un gran riesgo
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Se ha consumado, al menos en primera instancia, el drama de Belorado. El arzobispo de Burgos, actuando como Comisario Pontificio, ha constatado la decisión libre y expresada públicamente de diez religiosas clarisas de abandonar el hogar de la Iglesia católica. Es algo así como un corte seco, un dato que es preciso reconocer y aceptar… aunque sea con tristeza y con dolor. Como dijo en una entrevista Joseph Ratzinger, el Señor ha querido correr con nosotros un gran riesgo, precisamente el riesgo de la libertad. Y como decía un gran misionero al que pude conocer, “hasta el final, hijo mío, cualquiera puede hacer una tontería”.
La excomunión ya proclamada tiene la virtud de hacer claridad y de mostrar la seriedad de este asunto para la Iglesia, aunque haya venido envuelto en ropajes grotescos. En todo caso, esta decisión no cierra una puerta que seguirá abierta para quienes deseen volver a entrar por ella. Es un paso amargo pero necesario porque permitirá a las protagonistas de esta historia experimentar lo que significa romper el vínculo que ha sostenido y dado sustancia a toda su vida. Cómo no recordar las últimas palabras de Teresa de Jesús, tras una vida llena de tensiones, a veces con la propia autoridad eclesial: “¡al fin muero, hija de la Iglesia!”. Porque ella sabía que, más allá de las discusiones y de las razones que defendió con ardor y tenacidad, en esa filiación es donde se jugaba todo.
Una última reflexión sobre la historia de la Iglesia. Una historia de veinte siglos en la que la gracia y el pecado se entrelazan siempre, en la que el brillo de la fe, la esperanza y la caridad a veces se ve nublado por la soberbia, el resentimiento o la banalidad. No se trata de buscar consuelo ni explicación, sino de comprender que el Señor quiere hacer su historia con gente frágil como nosotros, que podemos estropearlo todo. Él sabe curar esa fragilidad y perdonar todos los errores. Esa es nuestra esperanza, y también la de esas diez mujeres de Belorado.