Síntesis católica

José Luis Restán reflexiona sobre el viaje del Papa Francisco a Hungría

José Luis Restán

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El Papa Francisco ha vivido tres intensas jornadas en Hungría, donde ha desplegado una hermosa síntesis católica sobre la persona, la sociedad y la historia. Budapest, la ciudad de puentes y de santos, testigo de encuentros entre el este y el oeste y baluarte de la libertad frente a los totalitarismos, es un emplazamiento privilegiado para lanzar ese mensaje. Francisco quiso partir del testimonio del primer rey de Hungría, San Esteban, para quien “la práctica del amor es la que conduce a la felicidad suprema”. Él supo conjugar la defensa de la verdad y la mansedumbre, “porque la verdad de Cristo conlleva mansedumbre y amabilidad, en el espíritu de las Bienaventuranzas”. Entresaco de los discursos del Papa cuatro grandes desafíos de este momento histórico: el valor sagrado de cada persona, amenazado por colonizaciones ideológicas como la ideología de género o el supuesto derecho al aborto; la acogida del que es diferente, del pobre, del que llama a nuestra puerta en busca de una vida digna; la paz, que requiere una mirada de justicia y de perdón, y la sabiduría de una política que trabaje por la unidad, no por la división; por último, una sana laicidad que, en la distinción necesaria entre las esferas política y religiosa, sepa acoger y valorar la aportación de los creyentes a la ciudad común.

El último discurso, dedicado al mundo universitario, estuvo inspirado en Romano Guardini, uno de los teólogos que más han influido en el pensamiento de Francisco. En él, pidió a los universitarios que, sin demonizar nunca la técnica, no acepten la lógica perversa de considerar lícito todo aquello que se pueda hacer, olvidando que cada ser humano es único e irrepetible. Fueron muy duras las palabras que el Papa dedicó a un “falso progreso” que nos lleva a descartar a los enfermos, a aplicar la eutanasia, o a perseguir a quien piensa diferente en nombre de un consenso impuesto desde el poder. Por el contrario, la verdadera cultura parte del asombro y se abre al absoluto, siempre en búsqueda inquieta y constante de la verdad. Esa es la verdadera alma de Europa.

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