La tragedia de Europa

José Luis Restán

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Se acerca ya la peregrinación europea de jóvenes a Santiago de Compostela que tendrá lugar la primera semana de agosto. La proximidad de este evento me ha recordado la presencia de Benedicto XVI en la catedral compostelana, en 2010, y su luminoso mensaje que sigue teniendo enorme actualidad. Desde aquel emplazamiento único para contemplar la historia, consideró los temores y esperanzas del continente europeo, y se preguntó cuál es la aportación fundamental de la Iglesia al presente de Europa. Esa aportación sustancial es proclamar, con la palabra y las obras, “que Dios existe y que es la meta que se trasluce detrás de todos los bienes admirables de este mundo; admirables pero insuficientes para el corazón del hombre”. Por eso es una tragedia, afirmó entonces el Papa Ratzinger, que en Europa se haya asentado “la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad”. La Iglesia existe para comunicar que “Dios es el origen de nuestro ser y el cimiento de nuestra libertad; no su oponente”. Como había dicho al inicio de su pontificado, “Dios no nos quita nada, sino que nos da todo”.

¿Cómo es posible que, en esta Europa, la de los derechos humanos y de la ciencia, la de las fábricas y las catedrales, se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana, que tenemos una sed de bien, de verdad y de belleza, que ninguna realidad del mundo puede saciar? Quizás en esto se resume la tan manoseada crisis europea. “Es necesario que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa”, se atrevió a decir el Papa Benedicto en Compostela. No para gloria de la institución eclesial, sino para que los europeos de cualquier signo podamos caminar a la luz del sol y no en la penumbra del hastío y del resentimiento.