José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

1 min lectura

El misionero italiano Giovanni Criveller, que ha pasado gran parte de su vida en Hong Kong, ha vuelto a la que fue su ciudad y ha dejado constancia de una transformación que se puede ver y sentir, casi respirar, como escribe en un hermoso artículo en la revista “Mondo e Missione”. Hoy Hong Kong es una ciudad herida en la que se han ido estrechando los espacios de libertad a golpe de represión, en la que han sido detenidas más de 10.000 personas, casi todas muy jóvenes. Miles de personas abandonan la ciudad para proteger el futuro de sus hijos. Hay divisiones en las familias, rupturas entre amigos, desconfianza mutua, imposibilidad de confiar en los demás. Aun así, Criveller sigue sintiendo el encanto de una ciudad amada, donde las dificultades no son el único tema de conversación, donde muchos son conscientes de que ninguna circunstancia externa puede destruirte a menos que tú lo permitas.

Uno de ellos es el nonagenario cardenal Joseph Zen, que le recibió diciéndole: “He perdido todas las batallas, pero estoy feliz”. Y eso que debe afrontar acusaciones absurdas, por haber defendido el derecho de la gente a manifestarse. Criveller se encontró también con el nuevo arzobispo, el jesuita Stephen Chow, con una misión casi imposible. El destino de la ciudad está ligado al de la inmensa China, pero sus habitantes no renuncian a sus aspiraciones de libertad, democracia y pluralismo. La Iglesia tiene profundas raíces en Hong Kong y está dispuesta a acompañar su camino pagando un precio que puede ser muy alto, aprovechando todas las posibilidades, manteniendo una libertad que ningún poder le puede usurpar.