Vencer a través del fracaso

José Luis Restán

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Se acaban de cumplir 200 años de la muerte del Papa Pío VII, del que la mayoría apenas recordará que fue encarcelado por Napoleón y forzado a coronarle emperador en París. Sin embargo, fue el Papa que consiguió situar a la Iglesia en el contexto cultural provocado por la Revolución francesa. Fue consciente de la extraordinaria oportunidad de construir algo nuevo, pero en continuidad con la tradición, y lo llevó a cabo con éxito.

Su figura me parece iluminadora para entender una constante de la historia de la Iglesia que, como diría Newman, suele vencer a través de sus derrotas. En efecto, Napoleón pretendió, por un lado, humillar a la Iglesia en la persona del Papa, y por otro, controlarla y ponerla al servicio de su imperio. Por eso invadió Roma y encarceló al Papa y a los cardenales fieles a él, pero Pío VII volvió a Roma en olor de multitudes mientras él encaraba el exilio en Santa Elena, de donde no regresó. Además, los acuerdos dolorosos a los que el papa llegó con él sirvieron a la postre para fortalecer la centralidad del Papado, que empezaba a liberarse de ataduras temporales para centrarse en su misión estrictamente apostólica. Y no es que todas las actuaciones eclesiásticas de la época fuesen brillantes, no, pero a través de los meandros dramáticos de la historia, la Iglesia surgió más libre y ligera, más capaz de afrontar los nuevos desafíos. Una victoria, si se quiere, a través de muchas derrotas.

De regreso en Roma, Pío VII no pretendió un retorno al pasado, que habría sino un fracaso, sino una renovación que permitiese a la Iglesia hacerse cargo de la extraordinaria novedad que supuso la Revolución Francesa, que algunos historiadores ven como el diluvio de Noé, del que surgió un mundo totalmente nuevo. Y la Iglesia no quedó fuera de juego. Esa fue la sabiduría de este pontífice. Por eso merece la pena recordarle y extraer algunas lecciones para el presente