En vez de lamentar, agradecer y sostener
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En torno al día del Seminario se reproduce cada año un lamento por las estadísticas de seminaristas y de sacerdotes en España (por cierto, la situación en buena parte de Europa occidental es peor, pero eso no es consuelo). En este curso tenemos 1.028 seminaristas, y es verdad que se observa un declive sostenido en los últimos veinte años. Pero no podemos valorar estos datos sin conectarlos con otros de la vida eclesial en su conjunto: bautizos, matrimonios, asistencia a Misa, número de catequistas… Estadísticamente hablando, es evidente que asistimos desde hace años a una contracción de la realidad de la Iglesia en nuestra sociedad.
Que serían necesarios más sacerdotes está claro. Y que no podemos fabricarlos ni obtenerlos mediante campañas de marketing, también. La cuestión de fondo es la vitalidad de la fe en nuestras comunidades, porque allí donde la fe está viva, surgen vocaciones al sacerdocio, al matrimonio, a la vida consagrada, a la misión. Hay lamentos que no tienen mucho sentido, y que no ayudan a lo que de verdad importa. Yo propongo cambiar totalmente de perspectiva. En lugar de fustigarnos y buscar culpables, contemplemos las vocaciones que tenemos (al sacerdocio y al matrimonio) como un verdadero milagro de la gracia, que ha encontrado una respuesta libre, alegre y confiada en tantos, jóvenes y no tan jóvenes, que son un verdadero testimonio de novedad para nuestro mundo.
Entendamos y sintamos que esas vocaciones son cosa nuestra, porque lo son. Pidamos por ellas, acompañémoslas en nuestras comunidades, seamos agradecidos. El lamento no producirá una sola vocación a nada. La fe viva y agradecida, testimoniada con humildad e inteligencia, crea el contexto también para las nuevas vocaciones que necesitamos.