No es un salto en el vacío

Escucha La Firma de Restán en Mediodía COPE de este 9 de enero

José Ángel Cuadrado

Madrid - Publicado el

2 min lectura

      
      
             
      

Veo en una red social el comentario de una persona ante una bella estampa que muestra a los Magos adorando a Jesús en el pesebre: “¿quién sabe?, ninguno de nosotros estuvo allí para verificarlo; cada uno de nosotros piensa lo que elige pensar y cree lo que prefiere creer. Después de todo, ¿qué es la religión sino un acto de fe?”. 

El comentario, nada hiriente, refleja una mentalidad ampliamente extendida, incluso entre no pocos que se consideran sinceramente cristianos. Es una reflexión que nos deja en una nube de melancolía, no cambia nada, no incide en la vida real. Y, sobre todo, no tiene nada que ver con el verdadero cristianismo. 

Uno no es cristiano porque prefiere creer en la historia de Belén, en lugar de en cualquier otro mito. 

Cierto, no estuvimos allí para verificarlo, pero damos crédito a una cadena de testigos que se remonta a aquel momento preciso de la historia: en Belén de Judá, bajo el imperio de César Augusto. Y le damos crédito porque encontramos razones decisivas para hacerlo. 

Decía el comentario: “¿qué es la religión sino un acto de fe?”. De esa forma despacha la fe como una especie de salto en el vacío, algo irracional, arbitrario y sentimental. Si pienso en la infatigable batalla de Benedicto XVI sobre la racionalidad de la fe, tengo la tentación de desalentarme. Pero no, esta cuestión recorrerá la historia hasta el final.

Pienso en San Agustín, aquel gran buscador de la verdad, que durante años rechazó la fe cristiana, y que la abrazó cuando conoció a San Ambrosio en Milán. 

      
             
      

No es que a Agustín le diera por ahí, es que encontró razones para dar crédito a una historia que empezó en Belén y que a él le alcanzó a través de la humanidad de Ambrosio, de sus obras y palabras. Esa humanidad respondía a sus deseos más profundos, incluido el deseo de la verdad, evidentemente. 

Fue un acto de fe, desde luego, y por eso, un acto profundamente razonable.

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