Algo que nos salve del vacío

Escucha la Firma de José Luis Restán del miércoles 30 de octubre

José Luis Restán

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El discurso de la poeta rumana Ana Blandiana en los Premios Princesa de Asturias de este año no ha resonado como merecía. Ella nos ha refrescado el gran testimonio de la disidencia en la Europa de Este durante el comunismo, la sufrida victoria de lo verdaderamente humano frente al poder totalitario que intentó sofocarlo durante décadas.

Pero las palabras de Blandiana son aún más penetrantes cuando hablan del presente de Europa, cuando pide algo que nos salve “de la soledad, de la indiferencia, del vacío de fe, del exceso de materialismo y consumismo y de la falta de espiritualidad”. Se atrevió a citar a André Malraux, según el cual “el siglo XXI será religioso o no será”. No sé si a alguno de los presentes les parecería demasiado duro su lenguaje cuando afirmó que, “al final del Imperio Romano, el cristianismo trajo el evangelio del amor al prójimo que, a pesar de los vaivenes de la historia, ha conseguido mantenernos en equilibrio durante más de dos mil años hasta que, a partir del siglo XX, se ha impuesto el odio (de clase o de raza, entre mujeres y hombres, entre hijos y padres)”.

Ana Blandiana recordó a nuestro gran filósofo Miguel de Unamuno para decir “me duele España, me duele Rumanía, me duele el mundo”, y creo que ese dolor es signo de una humanidad verdadera y, por tanto, un signo de esperanza. ¿Es posible que hayamos olvidado todo eso que la voz fresca y libre de una mujer que atravesó el infierno del comunismo nos ha traído por un momento a la memoria? Sí, es posible, porque los hombres y mujeres somos olvidadizos y perezosos, dados a la mentira y a los ídolos, como documenta toda la Biblia. Pero también tenemos un corazón que espera, que desea infatigablemente, como ha recordado el Papa en su última encíclica. Digámoslo claro: para recuperar el impulso que supuso el cristianismo hacen falta cristianos. Tan simple y tan complejo. De poco sirve lamentar cómo hemos podido llegar a esto. Hace falta empezar desde la raíz, como los primeros evangelizadores de Europa.

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