La única reforma que da fruto
Escucha La Firma de José Luis Restán del martes 15 de octubre
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La Iglesia recuerda hoy a Santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo. Ahora que continuamente se discute sobre la reforma de la Iglesia nos viene bien tomar nota de los hilos que tejieron la que ella protagonizó. Cuando funda el convento de San José, Teresa había revuelto Roma con Santiago buscando el juicio certero de la Iglesia sobre lo que sucedía en su alma y sobre la misión que se delineaba ya con ímpetu en su cabeza y en su corazón. Por eso buscaba sus confesores entre los teólogos más que entre los fervorosos, pues quería medirse indómitamente con la objetividad de la Iglesia.
Teresa descubrió que el Dios de Jesucristo no nos salva a pesar de nuestra humanidad sino a través de nuestra humanidad, de ahí su apego a la humanidad de aquel “Cristo muy llagado” que le conmovió profundamente. En toda su aventura se palpa la correspondencia entre el deseo arrollador del corazón humano y la respuesta de Cristo presente. Ella anticipa los grandes temas de la relación entre cristianismo y modernidad: cómo la razón, la libertad, la exigencia de justicia y de felicidad sólo encuentran su rescate, su sostén y su plenitud en el Dios hecho carne, presente en la historia de los hombres.
Descubrió que la fe hace más intensa y libre la amistad, que afirma el valor irrepetible de cada persona singular dentro de la pertenencia a la comunidad, que permite afrontar el sufrimiento y la enfermedad, que dispone a tratar con los poderosos y con los pobres, que nos hace sobrios en el éxito y esperanzados en la derrota. Teresa contribuyó a la verdadera reforma de una Iglesia cansada y acomodada abriéndola al reclamo exigente de su Señor. No lo hizo desde la protesta o la rebeldía, sino desde una obediencia radical, desde la alegría profunda de la fe, colocando a Cristo en el centro. Esa es la única reforma que da fruto.