Ante la vida y la muerte

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Ante la vida y la muerte

José Luis Restán

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El testimonio de Cristiano Ferrario, oncólogo en un hospital de Montreal, me ha ayudado a entender cómo estar hoy, como cristianos, ante las grandes cuestiones de la vida y de la muerte. La gente le pregunta cómo hace, al final de la jornada, para librarse de la angustia que le transmiten sus pacientes y responde que no intenta apartarlo, se lleva consigo las preguntas y el sufrimiento de sus enfermos para que le sigan interrogando. “Eso, dice es una gran ayuda para vivir”. Ser médico hoy en Canadá es estar en una encrucijada desde que se aprobó la ley de eutanasia. Siete de cada cien decesos proceden ya de esa vía. Muchos enfermos en situaciones dramáticas buscan el diálogo con Cristiano: “puedo acogerlos pensando que son unos pobrecillos a los que la suerte les ha jugado una mala pasada, o puedo asombrarme porque están ahí y esperan verme para recorrer juntos un tramo de su camino”.

Recuerda un caso en que estaba muy preocupado por la situación de un paciente cuando su esposa lo interrumpió: “Doctor, no debe preocuparse, ya se preocupa Dios. Usted haga todo lo posible”. Viendo la gravedad de la situación se preguntaba si merecía la pena aplicar respiración asistida. Sentía vértigo y le hubiera gustado tener una certeza matemática, pero no la hay. La fe no es un principio que te dicta “haz esto o lo otro”, sino la mirada que te permite abrazar el camino de esa persona y ponerte a su servicio.

Habla también de Sophie, una joven paciente que parecía haberse curado tras un tratamiento devastador, pero al cabo de dos años volvió a recaer. Estaba bloqueada y no quería volver a oír hablar del tratamiento. Los colegas le pidieron que hablase con ella. Después de muchas visitas, de escuchar sus miedos y explicarle las posibilidades que se presentaban, Sophie decidió intentarlo. Funcionó y ahora está mejor. Un día, Cristiano le preguntó por qué había aceptado el tratamiento, ya que le había propuesto las mismas opciones que sus colegas. Su respuesta fue reveladora: “en el hospital radiografié a todos los médicos que vinieron a hablar conmigo, hasta que encontré a uno cuyo problema no era el miedo ante la muerte, sino el gusto de vivir”

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