Un anuncio cristalino

Una de las intervenciones del Papa León que más me han impresionado durante el mes de agosto ha sido su discurso a un grupo de monaguillos franceses llegados a Roma para celebrar el Jubileo de la esperanza. El Papa centró rápidamente el tema diciéndoles que todos percibimos que el mundo va mal, que a nuestro alrededor hay gente que sufre por diversas causas y, ante las pruebas de la vida, sentimos tristeza y angustia y nos preguntamos quién vendrá en nuestra ayuda, quién vendrá a salvarnos, no solo de nuestro sufrimiento y de nuestros errores, sino también de la muerte misma.

León XIV hablaba a unos chavales y no se anduvo por las ramas. Durante dos mil años, la Iglesia ha hecho resonar en el mundo la respuesta: “solo Jesús viene a salvarnos, nadie más”, como dijo el apóstol san Pedro con contundencia. Por eso les pidió grabar estas palabras en su corazón y poner a Jesús en el centro de sus vidas. Lo más maravilloso de nuestra fe católica, les dijo el Papa León, es que Dios, el creador del cielo y de la tierra, quiso sufrir y morir por nosotros en la cruz, “el acontecimiento más importante de la historia del mundo”. Y ahora, resucitado, Jesús está vivo con el Padre, nos cuida y comparte con nosotros su vida. Ese es el motivo de nuestra esperanza, pase lo que pase.

Después le habló de la Eucaristía, a la que estos monaguillos sirven en las parroquias de Francia. Y León les dijo que éste es “el tesoro de la Iglesia, el tesoro de los tesoros”, porque al celebrarla, Jesús nos sigue dando su vida en el altar. “¡La celebración de la Misa nos salva hoy, salva al mundo hoy!”. Así que los cristianos no vamos a Misa por obligación, recordó el Papa, sino porque la necesitamos absolutamente: para poder vivir nuestras circunstancias, para sanar nuestras heridas y para sostener nuestro deseo de construir y de hacer el bien. Un anuncio cristalino para los monaguillos franceses y para cada uno de nosotros.