Asombro y ternura

El Papa se ha dirigido hoy a la Curia Romana en uno de los discursos de referencia, cada año, para tomar el pulso al momento eclesial

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Asombro y ternura

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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El Papa se ha dirigido hoy a la Curia Romana en uno de los discursos de referencia, cada año, para tomar el pulso al momento eclesial. El primer acento es la necesidad de partir, en todos los balances, de la memoria del bien que el Señor hace en cada una de nuestras vidas y en el conjunto de la Iglesia. Sin esto, cualquier análisis nos aplastaría, como vemos habitualmente en muchos comentaristas de la vida eclesial. La falta de esta memoria del bien, y el primer bien es la fe que viven (con todas sus limitaciones) millones de personas, conduce a la amargura, la rabia y el resentimiento que destilan tantos que hacen análisis eclesiales. Muy interesante el apunte sobre la necesidad de aceptar que las personas y las instituciones son necesariamente limitadas. “Una Iglesia pura para los puros es solo la repetición de la herejía cátara”, ha dicho Francisco. Incluso, apunta el Papa, algunos fracasos son una gracia porque nos recuerdan que no tenemos que confiar en nosotros mismos, sino sólo en el Señor.

Todo esto conecta con otro núcleo del discurso, aquel que subraya que “ante el Evangelio seguimos siendo siempre como niños que necesitan aprender”. Y de ahí nace la insistencia de Francisco en la sinodalidad, tantas veces mal comprendida, de la convicción de que la tarea de comprender el mensaje de Cristo y comunicarlo al mundo no tiene fin, nunca está concluida. Predicar “otro Evangelio”, como diría San Pablo, es un gran pecado, y por eso la Iglesia cuida y discierne siempre la formulación de la fe. Pero dejar de traducir el Evangelio a los lenguajes de este momento, dejar de profundizarlo en diálogo con las preguntas de este momento histórico también lo es. Con toda la Tradición católica, Francisco insiste: “conservar significa mantener vivo, no aprisionar el mensaje de Cristo”. Me quedo con una idea en el umbral de la Navidad: deberíamos mirar a la Iglesia, con toda la pesadez y dificultad de su camino, con el mismo asombro y ternura con que contemplamos estos días el portal de Belén.

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