El atractivo de la vida cristiana

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El atractivo de la vida cristiana

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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La parroquia de la ciudad de Hammerfest es la más septentrional del mundo. La primera iglesia católica se dedicó allí en 1878, dentro de la extraordinaria Misión del Polo Norte que buscaba establecer de nuevo la presencia católica en territorios como Islandia, las Islas Feroe, las Orcadas, las Shetland y Tromsø, en el norte de Noruega, donde la Iglesia fue literalmente borrada del mapa tras la Reforma luterana.

Hammerfest pertenece a la Prefectura apostólica de Tromso, que en este momento administra el obispo Erik Varden. Desde el aparcamiento del aeropuerto se pueden contemplar manadas de renos salvajes. En una reciente visita pastoral, el obispo se encontró en la parroquia con una mujer de 96 años, a la que califica de “maravillosamente joven” y es católica de cuarta generación. Desde luego, una rara avis en la zona. Le preguntó qué había hecho que su bisabuela se convirtiera al catolicismo, en una época en la que era objeto de sospecha generalizada y ese paso podía suponer incluso una cierta marginación social. Su respuesta fue contundente: se convirtió gracias al testimonio de las Hermanas de Santa Isabel, una congregación que participó en aquella misión del Polo Norte. Según esta alegre anciana, ellas se esforzaron por ayudar a la población local durante una época de hambruna, mientras cultivaban una profunda vida de oración y mantenían la iglesia como un lugar de singular belleza en un entorno de gran dureza, debido sobre todo al clima.

La vida de oración comunitaria, la caridad dispensada gratuitamente en todas direcciones y la belleza (también estética) de la vida eclesial, son tres atractivos potentes que acompañaron al anuncio de la fe en condiciones bien difíciles. Seguramente, esta es una lección muy relevante para este momento de la historia de la Iglesia, sugiere monseñor Varden. Y no le falta razón.

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