Como un baobab
José Luis Restán reflexiona sobre el viaje del Papa al Congo
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En estos momentos el Papa Francisco vuela hacia la República Democrática del Congo, en poco más de una hora, su avión aterrizará en Kinshasa. Tiene por delante cinco duras jornadas que van a exigir del Papa mucho esfuerzo, mucha entrega. “África es original, África te sopapea”, ha dicho Francisco en una entrevista concedida a Mundo negro, la gran revista de los misioneros combonianos. Es curioso, todos los papas, desde Pablo VI en adelante, han sentido este atractivo, esta especial responsabilidad hacia el continente africano. Recuerdo cuando alguien tan profundamente europeo, tan racional y amante del orden como Benedicto XVI, regresó literalmente encantado de su visita a Camerún y Angola: había visto unidos en aquellos pueblos el entusiasmo y la claridad de la fe. También Francisco ha hablado en vísperas de este viaje de las riquezas escondidas de África: de la inteligencia de sus jóvenes, del amor a la vida, de las raíces y el arte de sus pueblos, de su capacidad de dialogar serenamente. En todo esto no hay ningún romanticismo. Los papas conocen mejor que nadie las terribles llagas de este continente y, sin embargo, no dejan de apostar por él.
En el Congo, Francisco va a encontrar una iglesia con raíces profundas como un baobab, una iglesia que no se achanta frente a violencias indescriptibles, que, quizás a su pesar, es algo así como la columna vertebral de una nación siempre en riesgo de explotar. En Sudán del Sur encontrará una iglesia pobre y pequeña, una semilla de reconciliación en medio de divisiones absurdas. No quiero idealizar, pero como cristiano es imposible no conmoverme con esa fe fresca y sencilla que no deja fuera ningún aspecto de la vida, que sostiene el empeño incansable por la justicia y por la verdadera paz. Que gusta de la fiesta y del canto, del sudor del buen trabajo, del coloquio al anochecer, que no se asusta frente a los rostros del mal. Sí, algo tenemos que aprender.