Con disposición de hijos
José Luis Restán reflexiona sobre el documentao aprobado recientemente por el Vaticano sobre la disgnidad humana
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La declaración del dicasterio para la Doctrina de la Fe “Dignitas infinita”, aprobada por el papa Francisco, busca mostrar la unidad de la propuesta moral de la Iglesia, que integra dimensiones personales y sociales que no pueden desconectarse. Lo curioso es que este documento no ha traído la paz y el equilibrio a un debate desenfocado en su raíz. Muchos que proclamaban simpatía hacia Francisco han mostrado su rabia por el modo en que la declaración rechaza la ideología de género, la eutanasia o el aborto. Y otros, habituales en las batallas por la vida, se han quejado de que se coloquen en el mismo plano cuestiones como el rechazo a los migrantes, la pobreza o la violencia contra las mujeres. Ni unos ni otros captan la raíz de esa dignidad infinita que es el centro de la mirada de la Iglesia sobre lo humano, una mirada que necesitamos aprender siempre de nuevo fijándonos en el modo en que miraba Jesús a cada persona.
Otro aspecto significativo de muchas reacciones es la disposición con la que se recibe la enseñanza de la autoridad de la Iglesia. Unos y otros parecen salir de su trinchera con el cuchillo en la boca para abalanzarse sobre el texto, despiezarlo y juzgarlo desde sus opiniones previas que, naturalmente, permanecen inalterables. Desde la primera comunidad cristiana sabemos que la enseñanza de los apóstoles (basada en el encargo del Señor) es la que debe juzgar si nuestra mentalidad se ajusta a Cristo o sólo refleja nuestra ideología o nuestros prejuicios. Pero ahora parece que es la enseñanza del papa y de los obispos la que primero debe ser sometida a juicio de cada blog, periódico o influencer de moda, para conseguir o no luz verde, según los gustos de cada uno.
Naturalmente que pueden surgir dudas y preguntas legítimas frente a cualquier texto magisterial, siempre ha sido así. Pero dentro del cauce de la gran unidad eclesial, con disposición de hijos, conscientes de haberlo recibido todo en esta casa, con paciencia y gratitud, como tantas veces han hecho los santos a lo largo de la historia. Esa es la libertad y la madurez cristiana que tantas veces se echa de menos en el vocerío actual.