Cuando pretendemos ocupar el lugar de Dios
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En su reciente Exhortación Apostólica sobre los riesgos que supone para la humanidad el deterioro de nuestra Casa Común, el Papa señala esta clave: no todo aumento de poder es un progreso para la humanidad. De hecho, tecnologías “admirables” han sido utilizadas, por ejemplo, para diezmar poblaciones. Ese riesgo está siempre presente cuando el crecimiento tecnológico no está acompañado de un desarrollo de una conciencia ética, de una cultura y de una espiritualidad que guíen el uso del poder hacia el bien del hombre.
El Papa urge a repensar la cuestión del poder humano, cuál es su sentido y cuáles son sus límites. A eso dedicó profundas reflexiones el gran teólogo Romano Guardini, que es una referencia constante para Francisco. Nuestro poder ha aumentado frenéticamente en pocas décadas, escribe el Papa, y hemos hecho impresionantes y asombrosos progresos tecnológicos, pero no nos damos cuenta de que sin una guía espiritual y moral ponemos en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia. Y cita la ironía de otro gran pensador del siglo XX, el gran filósofo Vladimir Soloviev: “el nuestro era un siglo tan avanzado que era también el último”.
Creo que no se trata de postular una especie de pasividad tecnológica o de una nostalgia de la época agraria, sino de reconocer, en contra de lo que el Papa denomina “paradigma tecnocrático”, que todo poder puede ser utilizado para el bien o para la destrucción. Francisco concluye su carta con una referencia significativa a su título: “Alabad a Dios”. Y lo explica: “porque un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo”. ¿Acaso no es ésta la clave de tantos problemas, no sólo en la cuestión del clima, sino en las guerras, en la soledad terrible de tantos jóvenes, o en el vértigo de los placeres autodestructivos? La cuestión de Dios vuelve siempre a estar en el centro.