El dilema que plantea la guerra

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El dilema que plantea la guerra

José Luis Restán

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Me ha interesado especialmente una entrevista al filósofo Paul Woodruff, publicada en El Mundo, sobre la guerra en Ucrania. Como veterano de la guerra de Vietnam, Woodruff afirma estar en contra de todas las guerras. “La guerra provoca tal número de muertes injustas por ambas partes que me resisto a llamar justo a cualquier conflicto”, explica el Decano de la universidad de Austin, y aquí encuentro un eco de la argumentación que utilizó el Papa Francisco en su coloquio con el Patriarca Kirill, de Moscú. De hecho, la doctrina social de la Iglesia sigue profundizando en este complejo asunto. En tiempos se utilizó el concepto de “guerra justa”, en el sentido de que existe, por ejemplo, el derecho a la legítima defensa frente a un agresor injusto, pero es cierto que en los últimos pontificados se he preferido eludir esa formulación, precisamente por lo que dice este filósofo norteamericano.

Pero Woodroof deja claro que “el pueblo de Ucrania tiene derecho a defenderse”, algo que también ha reconocido repetidamente la Santa Sede, de acuerdo con las condiciones que estipula el Catecismo. El dilema profundo que plantea este filósofo se resume así: la guerra es terrible siempre, tanto que repugna denominarla justa; pero una paz injusta (alcanzada mediante la cesión ante la fuerza brutal del agresor) podría tener incluso peores consecuencias a largo plazo. Parece que nos vemos abocados a elegir entre dos males. La doctrina social de la Iglesia tendrá que desarrollar este punto, con el telón de fondo de la capacidad de destrucción de las armas actuales y también con el hecho de que la dignidad de las personas y de los pueblos debe ser adecuadamente protegida, en un mundo en el que el mal y la injusticia siguen campando a sus anchas.

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