El DOMUND y el vértigo de la historia

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El DOMUND y el vértigo de la historia

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Con el sonido de fondo atronador de la guerra, con las grandes democracias debilitadas y los experimentos sociales que pretenden reconfigurar lo humano convertidos en leyes, mientras millones de personas buscan su tierra prometida donde volver a empezar, este domingo, un año más, la Iglesia celebra el DOMUND. Es legítimo interrogarnos sobre la desproporción entre las mareas de la historia que parecen sumergirnos en la perplejidad y la desesperanza, y la vida de unos hombres y mujeres cuyos nombres apenas conocemos, que se lo juegan todo a una carta: la de Jesús, aquel hombre que murió en la cruz por haberse proclamado Hijo de Dios, y que algunos de los que le seguían vieron resucitado. Y a partir de ese momento empezó una nueva historia, una cadena de testigos ininterrumpida hasta hoy a pesar de los imperios, de las persecuciones y de las propias debilidades internas.

“Corazones ardientes, pies en camino”, reza el lema del DOMUND 2023. Como los de aquellos que partieron de Escocia para llegar a las llanuras del Danubio; como los que salieron de España rumbo a México o Filipinas, como los que hoy dejan sus países de origen para asentarse en Centroáfrica, en Myanmar o en Indonesia, pero también en las urbes secularizadas de Escandinavia, en los Países Bajos o en los arrabales de Nueva York. Corazones ardientes, razón abierta, gratitud sin fin por el tesoro de vida encontrado en Jesús presente, aquí y a hora, en el pobre pueblo de la Iglesia.

Ya lo dijo el cínico Stalin: “¿cuántas divisiones tiene el Papa?”. Si sigue habiendo guerras, si la confusión nos anega, si los poderosos de cualquier tipo imponen su ley, ¿en qué consiste la victoria de Cristo que los cristianos pregonan? Su victoria es que sigue existiendo el pueblo cristiano y que este pueblo no se atiene a ninguna frontera, sigue saliendo, como gusta decir el Papa Francisco. Sale y vuelve a comunicar su anuncio allí donde parece haberse extinguido su eco, como en nuestra vieja Europa. Corazones ardientes, pies en camino, para que no se apague la única Luz que puede dar esperanza.

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