Isidro y la ironía de Dios
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Isidro y la ironía de Dios
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Madrid se apresta a celebrar un Año Santo con motivo del 400 aniversario de la canonización de su patrón, San Isidro Labrador. Un sencillo trabajador de la tierra en el Madrid del siglo XII, que aparentemente no hizo nada extraordinario en su vida, fue proclamado santo por el papa Gregorio XV junto a cuatro figuras gigantescas: tres grandes fundadores como Felipe Neri, Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús, y el misionero que llegó hasta Japón, Francisco Javier. El árbol frondoso de la santidad tiene muchas ramas, y entre los resplandores de esas personalidades inmensas, la ironía divina quiso que aquel día se colara un humilde labriego asalariado que se preocupaba por los pobres, un esposo y padre que, según cuentan las crónicas, nunca salió al trabajo sin antes oír, muy de mañana, la Santa Misa.
“Que lo cotidiano se vuelva heroico, y que lo heroico se haga cotidiano”, les pedía San Benito a sus monjes, y eso cuadra bien con la humilde vida de Isidro. A fin de cuentas, para la tradición cristiana un santo no es más que el hombre o la mujer que vive en plenitud la fe, la esperanza y el amor. La ironía del Señor, de la que también es depositaria la Iglesia, ha hecho de san Isidro el patrón de una de las ciudades más dinámicas de Europa. Como dice el cardenal Carlos Osoro en su carta de convocatoria del Año Santo, la herencia de Isidro es que Madrid sea hoy una ciudad en la que caben todos, y todos pueden vivir su dignidad de hijos de Dios. Y es verdad que la gran megápolis madrileña conserva misteriosamente en su tejido los hilos de la acogida y la benevolencia, de la alegría austera del trabajo, de la familia y de la fiesta del pueblo. Bienes amasados al calor del Evangelio, que era como el perfume que Isidro y, no lo olvidemos, su esposa María, derramaban al pasar.