¡No me lavarás los pies!
La tragedia de Judas es que ya no logra creer en el perdón, y su arrepentimiento se convierte en desesperación, que acaba destruyéndole
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¡No me lavarás los pies!
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En el drama de la Pasión que hoy comenzamos a contemplar hay dos figuras cuyo contraste interesa comprender. Primero vemos a Judas, uno que había gozado de la cercanía de Jesús pero que, al no ver realizados sus planes se impacienta y traiciona la amistad del Maestro. Sin embargo, dice agudamente Joseph Ratzinger, la luz que Jesús había proyectado en su alma no se apagó completamente. En el último momento trata de salvar a Jesús y devuelve el dinero, reconociendo que había pecado. Su tragedia es que ya no logra creer en el perdón, y su arrepentimiento se convierte en desesperación, que acaba destruyéndole.
La otra figura es Pedro, enrabietado con el lavatorio de los pies, como diciéndole a Jesús: “tu abajamiento, tun humildad es inadmisible”. El Señor tiene que ayudarnos a entender, como a Pedro, que el poder de Dios es diferente a nuestra concepción. Pedro siempre era dado al heroísmo, pero poco después, su voluntad de llegar a las manos con los guardias va a terminar con la triple negación de su Maestro. Así pudo aprender el camino del seguimiento, que años después le llevaría a recibir la gracia del martirio en Roma.
Tanto Judas como Pedro tuvieron la tentación de decirle a Jesús lo que tenía que hacer para arreglar las cosas, una tentación también muy nuestra. El primero se sintió defraudado, y ya sabemos dónde terminó su historia. El segundo, aprendió a aceptar a Jesús tal como se manifestaba, aprendió a superar sus pretensiones y sus imágenes. Primero, dejándose lavar los pies. Más tarde, entendiendo que, por sí mismo, era incapaz de mantener la mínima lealtad; que no se trataba de estar a la altura, sino de dejarse modelar cada día por Jesús. Y sabemos también lo diferente que fue su historia de la de Judas.