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Nicea, la regla de la fe

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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“Es un viaje que deseo hacer, de corazón”. Así ha respondido el Papa Francisco a la invitación del Patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, de peregrinar juntos a la ciudad turca de Nicea, para conmemorar en 2025 el 1.700 aniversario del Concilio ecuménico que formuló el Símbolo de la Fe, el Credo que condensa los fundamentos de la fe cristiana y que seguimos proclamando hoy en la liturgia. Desde los inicios de la Iglesia surgió el problema de la fidelidad de los creyentes a la verdad del Evangelio anunciada por los apóstoles, de modo que, pasando el tiempo, pudieran permanecer en esa verdad revelada por Jesucristo, para vivirla y transmitirla al mundo. Se hizo necesario formular una “regla de la fe”, en la que los creyentes sencillos pudiésemos reconocer la verdad que se nos ha transmitido fielmente y que es la luz para nuestra vida diaria. Esto es el Credo o Símbolo de la Fe. La peregrinación que tanto ansía Francisco, como ha querido confiarnos, quiere subrayar la necesidad que hoy tenemos de que el Credo sea mejor conocido y entendido, no sólo, que sea también contenido de nuestra oración.

Decía Benedicto XVI que es importante que el Credo sea «reconocido», porque conocerlo podría ser una operación meramente intelectual, mientras «reconocer» significa descubrir la profunda conexión entre la verdad que profesamos y nuestra vida, para que esa verdad sea efectivamente luz para nuestro vivir cotidiano. Aquellos padres que se reunieron en Nicea hace 1700 años comprendían muy bien que, a la hora de proclamar la fe, no estaban en juego sutilezas teológicas, sino la verdad que sostenía su vida. Muchos estuvieron dispuestos a morir por no desviarse un milímetro de esa “regla de la fe”. Ojalá veamos la peregrinación del Papa a Nicea y proclamemos con él la fe que vence al tiempo y sostiene la esperanza.

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