El nuncio Ortega

Este martes se hizo público el nombramiento de monseñor Alberto Ortega como nuevo nuncio apostólico en Venezuela

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

2 min lectura

Ayer se hizo público el nombramiento de monseñor Alberto Ortega como nuevo nuncio apostólico en Venezuela. Este madrileño de 61 años, que siendo un joven sacerdote entró en el servicio diplomático de la Santa Sede, parece abonado a los escenarios más difíciles. En 2015, el Papa Francisco le nombró Nuncio en Jordania e Iraq, en pleno despliegue del terror del denominado Estado Islámico, que puso en jaque a toda la región y colocó en su diana a algunas de las más antiguas comunidades cristianas, como las de la Llanura de Nínive.

Por aquellas fechas le entrevisté en el programa El Espejo, y me impresionó tener frente a mí a un testigo de la fe, a un hombre que, teniendo muchos elementos de juicio, miraba siempre más allá de los análisis: en esa entrevista nos mostró el incalculable bien de miles de hombres y mujeres cuyas vidas sostenidas por la fe afirman la verdad de lo humano frente a la monstruosidad de la violencia y del fanatismo. Y cuando le insinué la dureza de su puesto me respondió que todas las misiones que la Iglesia nos confía son amables si las vivimos como respuesta a una llamada.

En 2019 el Papa le pidió trasladarse a Santiago de Chile, en plena tormenta por las consecuencias de la gestión de los abusos sexuales por parte de los obispos de aquel país. Alberto Ortega ha contribuido durante estos años a renovar el episcopado chileno, a serenar la vida eclesial y a impulsar una nueva presencia en la sociedad. Ahora Francisco le pide un traslado no menos complejo.

Tendrá que instalarse en Caracas en un momento que parece trascendental para Venezuela, con unas elecciones presidenciales en julio que pueden desalojar al chavismo… O sumir al país en un nuevo ciclo de represión. Ortega será una figura clave para asegurar la comunicación entre la valiente iglesia venezolana y Roma. Yo, que le conozco desde hace 40 años, me alegro de ver en su vida una humanidad plasmada por la fe, llena de inteligencia y libertad. Y, la verdad, no me extraña la confianza que le muestra el Papa una vez más.

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