El papel providencial de Roma

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El papel providencial de Roma

José Luis Restán

Publicado el - Actualizado

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Roma se prepara para acoger a millones de peregrinos durante el Jubileo de 2025 y el Papa ha visitado la alcaldía donde ha evocado el carácter universal de la Ciudad Eterna que, para un cristiano, no es fruto de la casualidad, sino que corresponde a un designio providencial. Es interesante escuchar al primer papa no europeo en muchos siglos, trazar el arco de esta ciudad única en el mundo.

La antigua Roma fue un faro al que muchos pueblos acudieron para disfrutar de estabilidad y seguridad, pero “necesitaba elevarse, confrontarse con un mensaje de fraternidad, amor, esperanza y liberación más amplio”. Francisco señaló la paradoja de una cultura refinada y sensible a la justicia que, sin embargo, aceptaba la esclavitud. El testimonio de los mártires y el dinamismo de caridad de las primeras comunidades cristianas transformaría el rostro de la ciudad: “el Olimpo ya no era suficiente, había que ir al Gólgota y ante la tumba vacía del Resucitado para encontrar las respuestas al anhelo de verdad, justicia y amor”.

Francisco reconoció que los Papas “tuvieron que desempeñar un papel de sustitución de los poderes civiles en la progresiva desvertebración del mundo antiguo, a veces, con comportamientos infelices”. Muchas cosas cambiaron, pero “la vocación de universalidad de Roma se vio confirmada y exaltada, ya que la misión de la Iglesia no tiene fronteras en esta tierra, porque debe dar a conocer a Cristo, su acción y sus palabras de salvación a todos los pueblos”.

Se refirió a los problemas de las periferias romanas, e incluso hubo en su discurso una referencia sutil a ese caos tan típico de una ciudad que es única en el mundo. El Papa subrayó “su gran atractivo y su responsabilidad hacia Italia, hacia la Iglesia, hacia la familia humana”. Y se refirió al papel que la Providencia le tiene reservado. Al escuchar todo esto he recordado a aquel joven Newman, todavía anglicano, que reconocía que Roma le pacificaba el corazón. Por todo eso, un cristiano no puede dejar de amar esa ciudad, única en el mundo.

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